Carta 21 – De la Sierva de Dios a Don Ambrosio Funes (Buenos Aires, 10 de diciembre de 1784).

En esta carta Mama Antula reflexiona sobre la Divina Providencia y el ejercicio de su propio discernimiento para descubrir cuál es la voluntad de Dios en su vida.

Señor de la Paciencia, atribuida al Indio José, siglo XVIII, Santa Casa.

Al señor Don Ambrosio Funes.

Mi Sr. Don Ambrosio, salud en Jesucristo:

Yo no quisiera escasear a los que de veras desean la mayor gloria de Dios, noticia que condujese a este propósito, y si no le he comunicado las que la Providencia se ha dignado traerme, es precisamente por no estar en mi mano, ya por las pocas proporciones mías, ya por las que merecen la principal atención de nuestro Manuelito Jesús en sus asuntos de Ejercicios, y ya en que depende de otros que les llamaremos traductores, para poderlo verificar; todas son circunstancias que me lo han impedido hasta ahora, y me lo impedirán hasta que se evacuen unas y se verifiquen otras. Pero advierta Vd., que sin su aviso tuve presente mandarle, y principalmente cartas, que llenarán, sin duda, el deseo de Vd. sobre el ingreso a la restablecida Compañía de aquellos que fueron, que estuvieron suspensos, y ahora son. De estas noticias, y que son de gran consuelo, como también de las que me están traduciendo del idioma italiano a nuestro español, que se componen de tres cuadernitos impresos, haré a Vd. partícipe según he pensado desde que las recibí, que si no fuere en el próximo correo, será en otro; y ahora celebre en las Pascuas estas generales, que Nuestro Señor requiere manifestar así.

Muy buenas están las esperanzas del P. Guevarita, y ¡cuánto me alegrara se efectuasen! No pierdo las esperanzas, y esas expresiones serán producidas en fuerza de algún formal antecedente; por lo que no será muy fuera de este asunto una expresión que se me ha hecho, de que no quieren lisonjearse ni lisonjear a nadie, que Dios en sus altos designios obrará. Cuando llegué a Córdoba, nunca premedité estar tanto tiempo, y saliendo por las sierras a buscar Providencia con que sostener la obra, que al parecer ofrecía por esta causa menos subsistencia; con todo, me acometían unos temores grandes de dejar de continuar allí, porque quizá no fuese voluntad de Dios. En fin, creo que cuando lo fue, me conduje para ésta, y si tantas dificultades experimenté, en 9 meses, con repetidas repulsas, y, cuanto cabía en lo humano, podía abandonar la solicitud; no obstante, conceptuando que Su Majestad me había conducido para los fines de su Providencia, insistí, como de hecho parece que eso me convenía para lograr o poner en ejecución lo que Dios quería. Ya establecida, ¡qué medios y qué caminos tan admirables no ha franqueado!, que si bien fijásemos la consideración, puede ser que jamás vistos.

Yo, entre estos temores no me aseguro con consejos, y así, cuando nuestro Ilmo. de ésa, de quien soy oveja sarnosa de su rebaño, me pidió y empeñó para que fuese sin dilación, no lo pude verificar por la misma razón de no parecerme todavía voluntad de Dios; ¿cómo es capaz que yo pueda nunca decir: este mes o el que viene marcharé, ni saldré de ésta para aquella parte? Porque los consejos y direcciones, aunque sean santos y buenos, no son suficientes medios para cumplir lo que Dios suele querer.

Alguna vez que he dicho con reflexión, a lo que me parece, de ello ahora estoy arrepentida; tal fue haber escrito a mi confesor, que de vuelta de Montevideo procuraría restituirme por allá, a los tres o cuatro meses. Todo esto y otras cosas así, fue discurrir sin discurso, y quizá hablar porque se me ofreció; porque ¿quién puede penetrar las cosas de mi Manuelito Jesús?

Aunque sea en los montes más escabrosos, en los desiertos más rígidos, si a Él se le pone, ahí he de ir yo, y todo ha de sobrar. Y si se le pone también que andemos surcando mares ¿quién se lo embarazará? Como estemos atentos, es muy letrado, y se da a entender cuándo y cómo debemos obrar; que siendo conforme a su Divina Ley, todo se ha de hacer sin desorden, ni confusión nuestra. Y por no sujetarnos muchas veces a sus impulsos, ¡cuántas cosas nos suceden!

La Ley del Señor está en medio de nuestro corazón; este milagro continuado no necesita de otros, para darnos a conocer muy de lleno su voluntad santísima. ¡Cuánto me llena de consuelo la resurrección de San Francisco Javier! En fin, empieza la resurrección por los canonizados, pueda ser que siga. Así se lo pido a mi Dios, para remedio de tantas almas que darán honor y gloria al Señor, a quien le pido me encomiende como me ofrece, y yo le prometo hacer lo mismo, de suerte que merezcamos por los méritos de mi Señor Jesucristo alabarlo eternamente.

Buenos Aires, diciembre 10 de 1784. Besa la mano de Vd. su afma. en Jesucristo.

María Antonia del Señor San José, Beata.

Ficha técnica.

  • Fecha: 10 de diciembre de 1784
  • Desde Buenos Aires
  • De Mama Antula
  • a Don Ambrosio Funes
  • Idioma: Español

Cf. Blanco XLIII: APA (en castellano); B 88-94.

Publicado por Agustinasalerno

Publico cuentos que escribo para que los puedan leer.

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