Andar hasta donde Dios no es conocido para darlo a conocer

por Pedro Luis Barcia*

María Antonia de Paz y Figueroa nació en 1730, en la localidad de Silípica, próxima a Santiago del Estero, en el seno de una familia acomodada que le brindó, sin duda, una buena educación. Aprendió bien sus letras y sus números porque administró, con la ayuda de la Providencia, sus servicios de retiro. Como natural de esa región de la tierra argentina fue bilingüe, al hablar desde pequeña castellano y quechua. En Santiago, los Padres de la Compañía tenían casa, Iglesia y Colegio. Ella tuvo trato con los jesuitas y trabó amistad de particular manera con quien fuera su director espiritual, el Padre Gaspar Juárez, coterráneo suyo. El Padre Juárez, se sabe, merece atención por sí mismo y por su obra, y ha merecido valiosas monografías que han estudiado su vida y producción. Desde su exilio en Roma se convertirá en el principal interlocutor de sus cartas.

La joven asistió, sin duda, a los Ejercicios de la Compañía y quedó entusiasmada con su eficacia espiritual. Expulsados los Padres, ella sintió la moción de continuar la obra de aquellos a través de la práctica de los retiros según las pautas de san Ignacio.

Un día en que oraba en la que fuera la celda conventual de San Francisco Solano en Santiago «le entró prestamente la inspiración» escribe María Antonia para aludir al momento en que recibió la espiritual encomienda de difundir los ejercicios en todos los ámbitos a su alcance. Esto fue hacia 1768, es decir, al año siguiente de la expulsión.

Mama Antula peregrinando junto a Las Beatas. Acuarela de Benicia Costa Paz (2020).

Ella y otras mujeres vivían en un beaterío en Santiago. Se llamaba así a la vida en común, en una casa, sin votos formales ni estructura de una vida de vida monástica alguna de un grupo de mujeres, viudas y doncellas, que llevaban una vida de recogimiento espiritual y de labores apostólicas. A quienes llevaban tal tipo de vida se las llamaba «beatas». No eran monjas, de allí el error de algunos biógrafos al mencionarla como Sor María Antonia. María Antonia era, pues, una beata o laica consagrada. El voto de castidad que pronunciaban era meramente privado. No obstante, María Antonia alguna vez se rubricó como «Beata profesa de la Compañía de Jesús».

Mama Antula trajo a estas tierras la advocación a San Cayetano, patrono de la Divina Providencia. En sus retiros se multiplicaban los panes milagrosamente.

Motivada para la acción, reunió al conjunto de beatas y ella dirigió una tanda de Ejercicios. Al advertir el éxito logrado en la empresa, se decidió a darle una forma más acorde con las pautas de san Ignacio. Para ello consiguió el apoyo de un par de sacerdotes, particularmente del mercedario Joaquín Nís, para las confesiones las pláticas sobre los temas del retiro. Reincidió en la tarea con notable acogida de los santiagueños. Vislumbró la posibilidad de ampliar el radio de difusión de la práctica piadosa y, como siempre hizo -obediente a los naturales del lugar- decidió consultar con el Obispo del Tucumán que era por entonces Monseñor Juan Manuel Moscoso y Peralta, residente en Jujuy. Y allá se lanzó a pie, en un viaje que se fue prolongando por las diversas ciudades del Noroeste argentino. Presentaba la solicitud escrita al dignatario eclesiástico (que puede leerse en la documentación que aporte Grenón, T.II.) y concedida la autorización para la empresa, inicia un largo periplo que concluirá solo con la muerte de María Antonia. En un mapa de la Argentina actual puede trazarse su largo derrotero y apreciarse la larga peregrinación de esta viandante ante el Eterno.

La Beata y su grupo de colaboradoras hizo casi todo su recorrido por el Noroeste a pie … en ocasiones, el grupo de mujeres solas debió atravesar los agrestes espacios que distan entre Jujuy y Salta, Tucumán y Catamarca, La Rioja y Córdoba. En otras ocasiones se integraron a caravanas, como en el viaje desde Córdoba a la capital del Virreinato. De cualquier manera era un esforzado trabajo el que debían realizar las mujeres en estas condiciones. Esto por sí ya nos habla del temple de este conjunto de virtuosas mujeres empujadas por un hondo sentido misional.

Mama Antula con su hábito -regalo de su confesor el Padre Juárez- y sus sandalias, pidiéndole permiso al Virrey Vértiz para la construcción de la Santa Casa de Ejercicios Espirituales.

* Los textos de Pedro Luis Barcia, Presidente de la Academia Argentina de Letras, son extractos de su ponencia en las Jornadas de Literatura Colonial del Cono Sur realizadas en Buenos Aires el 29 y 30 de noviembre de 2001 por el Centro de estudios Iberoamericanos de la Universidad Católica Argentina.