Valiosísima y extensa carta de Ambrosio Funes que describe a Mama Antula como una mujer «verdaderamente sólida y muy extraordinaria». Cuenta cómo la Beata logró convertir a sus más acérrimos enemigos en ejercitantes, hace referencia a Catalina de Rusia -promotora de los Ejercicios- y comenta la noticia del terremoto de Arequipa, ocurrido en julio de 1874.

Muy señor mío:
Más de un año ha, recibí una de Vd. en que me reconvenía de una promesa, y le hice, en la que adjunté, a la que le escribió la Beata Doña María Antonia de S. José. Ofrecí, es verdad, escribir a Vd. después, mas de propósito algunos sucesos particulares de otra Beata, y de sus Ejercicios, como testigo de muchos de ellos, y como confidente suyo aun de sus cosas más secretas; pero no he podido cumplirle hasta ahora, ya por negocios de mi casa, ya por los dilatados viajes que he tenido que hacer, ya finalmente por lagunas enfermedades que he padecido. Con todo eso, no he dejado de notar con la pluma muchos de otros sucesos, pero son tantos, que exceden para referirse simplemente en una carta y pudieran componer no menos que una larga Relación de su vida ejemplar, y una historia de dichos Ejercicios. En realidad, esta fue mi idea, desde que recibí su reconvención, y a este fin los tengo compilados. Y si yo no pudiere ejecutarlo, o por mis ocupaciones, o por mi ineptitud, a lo menos servirán de materiales, juntamente con otros más que he notado, los que han sido sus confesores y directores de los Ejercicios, para que forme a mayor gloria de Dios una historia; otro sujeto que yo mismo lo solicitaré, y que sea de mejor pluma, y de más talento que el mío.
Yo bien sé que no se puede alabar a una persona en vida, sino después de su muerte; y que se deben tener secretas las cosas que en secreto se saben, especialmente si tienen algún sacramento o misterio; pero también sé que es honroso revelar las maravillosas obras de Dios. Por tales las tengo las de nuestra Beata Doña María Antonia de San José, no solamente sus personales, sino también las que practica en promover con tanto espíritu los Ejercicios del gran Padre San Ignacio de Loyola. Por esto yo ahora, sin meterme a escribir los hechos individuales de esta Sierva de Dios, ni tampoco los casos particulares de dichos Ejercicios, que se reservan, como digo, para tiempo más oportuno, me contentaré con referirle precisamente como conviene en una carta, algunas pocas cosas generales y públicas de otra Beata y de dichos Ejercicios. Éstas se reducen a la grande estima que constante y uniformemente han hecho de ella los mayores personajes de esta Provincia y aun los pueblos enteros, que a mi ver, es la mayor prueba que se puede dar de que su espíritu es verdadero, y de Dios, y de que su virtud y santidad, acompañadas de la inocencia de sus costumbres, del vigor de sus penitencias, y de tantos ejemplos de humildad, como en tantos años hemos observado, es verdaderamente sólida y muy extraordinaria.
Pero antes de todo, quiero comunicar a Vd. dos cosas: y vayan como noticias americanas. La primera es la firme persuasión en que estamos universalmente, casi todos por acá, con grande consuelo nuestro, de que aún vive la Compañía de Jesús, y de que no sólo vive, sino de que también florece vigorosamente en el gran Imperio de la Rusia, ejercitando con mucho fruto los ministerios todos de su santo Instituto. Nos han finalmente convencido de esta verdad, fuera de muchas cartas particulares venidas de allá, los Documentos auténticos de su subsistencia, que acabamos de recibir con la relación de sus Colegios, Noviciado, Misiones y demás arreglamentos que por acá tenían, y con la noticia de que todo se hace con la aprobación pontificia. Nos ha confirmado en nuestra persuasión la noticia que también hemos tenido por conducto seguro de la célebre Embajada de la Zarina a esa Corte de Roma por medio del Obispo Wenceslaw, Coadjutor del arzobispado de Moclow, y de las cosas que en su retorno a la Corte de la Rusia comunicó por haberlas recibido del Oráculo pontificio. Todo lo cual lo sabrán mejor Vds. También nos ha confirmado más en nuestra persuasión la noticia que hemos tenido por carta de mi amado Misionero P. Fr. Diego Toro, de haber sido recibido ya finalmente en aquella Compañía de Jesús aquel célebre joven de Quito, D. Ignacio Tenorio. Éste pasó por Buenos Aires, donde trató para su consuelo con nuestra Beata Doña María Antonia de San José, y le comunicó su vocación, y todo el proyecto que meditaba. Esta Sierva de Dios lo confirmó en su vocación, y bien le animó y esforzó mucho a la empresa.
La segunda cosa que comunico a Vd. es otra firmísima persuasión en que estamos aquí, y es que aunque en este nuestro Reino no subsiste la Compañía de Jesús, y se propaga también fecundamente por estas regiones con gran fruto de las almas. Este espíritu de la Compañía de Jesús nos parece a todos verlo evidentemente en aquel gran celo y espíritu de nuestra Beata María Antonia de San José en promover los Ejercicios de San Ignacio, y en procurar ardientemente por medio de ellos la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas. Ya Vd. me entiende que no tomo el espíritu de la Compañía de Jesús según toda su extensión, y que mi proposición, o que nuestra persuasión, tiene más de pía afición que de solidez y de realidad. Con todo eso quiero darle pruebas muy reales de esta verdad con los pocos hechos que ahora le referiré aunque en general.
Era ya pasado un año desde que sucedió en estas Provincias aquella funesta catástrofe de la expulsión de la Compañía de Jesús. En ese tiempo, en que por castigo de nuestros pecados nos veíamos privados de aquélla, que siempre fue para nosotros nuestra Madre, nuestra Luz, y nuestra Guía para el cielo; en ese tiempo, en que por la falta de sus luces se iba cubriendo de tinieblas de errores y de vicios este Nuevo Mundo; en ese tiempo, en que por el temor y el espanto estábamos como ocultos y escondidos en la privada oscuridad de nuestras propias casas, sin atrevernos a hablar una palabra en su defensa, aun aquellos que habíamos sido sus discípulos amados, como sucedió a los del Señor en el tiempo de su pasión y muerte; en ese tiempo, pues, tan calamitoso fue cuando, llena del espíritu de Dios y de su Compañía, salió a la luz pública nuestra Beata Doña María Antonia de San José publicando penitencia por medio de los Ejercicios de San Ignacio.
Dejo a la consideración de Vd. cuáles serían los primeros sentimientos del público al ver la primera vez esta mujer desconocida en sí, pobre, y sin ningún poder ni crédito, ni autoridad, ignorante y sin talento alguno en la apariencia, pero que hablaba a cada uno con la lengua de Dios, allá en el secreto de los corazones, convidando públicamente a los santos Ejercicios, según la necesidad que cada uno tenía, y como forzando a que uno se convirtiese a Jesucristo. No pudimos menos que llenarnos todos de estupor y admiración; nos decíamos el uno al otro: ¿Qué cosa será ésta? Unos la reputaban por una ebria, como en otro tiempo a los Apóstoles; otros la creían por ilusa, y los más la tenían por mujer fatua, débil y vana. Mas cuando vimos al Misionero P. Fr. Diego Toro que la acompañaba en el ministerio de los Ejercicios, y alzando su voz nos desengañaba de los vanos juicios que se habían formado de esta Sierva de Dios y le oímos que para quitarnos todo temor y sospecha nos predicaba lo que dice el Señor por el Profeta Joel, como lo hizo en otro tiempo el Apóstol San Pedro: “Et erit in novissimus diebus (dicit Dominus) effundam de spiritu meo super omnem carnem, et prophetabunt filii vestri et filiae vestrae… et quidem super servos meos et super ancillas meas in diebus illis effundam de spiritu meo, et prophetabunt”, al oír todo esto, y mucho más al ver y observar por algún tiempo en la Señora María Antonia de San José las señales todas del espíritu de Dios y de un verdadero celo de la conversión de las almas, juntas con una sincera humildad de corazón y de una perfecta caridad, nos vimos obligados a reconocer en ella una fuerza divina, o aquel verdadero espíritu de la Compañía de Jesús, que nos llamaba a la penitencia de nuestras culpas por medio de los Ejercicios de San Ignacio, y todos compungidos y contritos nos sujetamos a su voz, a practicar dichos Ejercicios, llorando en ellos amargamente nuestras culpas. Y he aquí el momento feliz en que comenzamos a respirar un poco de nuestra aflicción, los que habíamos sido antes discípulos de aquella grande Madre la Compañía de Jesús, y he aquí también la época gloriosa, desde cuando comenzamos a persuadirnos, que aún subsistía en medio de nosotros el verdadero espíritu de la Compañía de Jesús, por especial providencia de Dios, para mantener de alguna manera en nosotros aquellas instrucciones espirituales que, cuando era corporalmente presente, nos había dado.
Mas no le parezca a Vd. que sólo esta primera vista de nuestra Beata nos haya movido a aquella persuasión, no, que no ha sido eso, sino la continua experiencia de más de 12 años de su constante obrar a mayor gloria de Dios y en el bien de las almas. Comenzó, pues, a ejercitar su ministerio de los Ejercicios de San Ignacio la Sra. Doña María Antonia de San José en la ciudad de Santiago del Estero, su Patria, habiéndolo hecho hacer y haciéndolo también ella por muchas señoras, con gran fruto espiritual de las almas. Y aunque no hay Profeta acepto en su Patria, ésta como profetizaba y movía los corazones como verdadera Sierva del Señor y como hija legítima de la Compañía de Jesús, y dotada de Dios del espíritu de su Madre, tuvo tanta aceptación universalmente en todos, que comenzaron a venerarla como a una nueva Apóstola. De su Patria pasó a las demás ciudades circunvecinas como Misionera Apostólica, sine sacculo neque pera, y tan pobre que no llevaba consigo más que la túnica jesuítica de que va vestida como Beata; pero tan confiada en la Divina Providencia, que iba firmemente persuadida de que nada le faltaría para tan grandes empresas que meditaba. Realmente así le ha sucedido, pues en los dilatados viajes que ha hecho por estos desamparados caminos, y en las muchas semanas de Ejercicios que ha hecho hacer en cada una de estas ciudades y demás lugares, a costa suya, y con solas limosnas recogidas a este fin para mantener los Ejercitantes; ha resplandecido singularmente la sola Providencia del Señor. De esta suerte ha evangelizado con los Ejercicios de San Ignacio todos los pueblos y ciudades de la nueva y antigua Provincia del Tucumán.
¿Pero quién podría referir las muchas cosas extraordinarias que le sucedieron en el tiempo de seis o siete años que empleó en el giro de estas Provincias, ocupada siempre en promover la mayor gloria de Dios y procurar la salvación de las almas por medio de los Ejercicios? Primeramente yo no las sé todas; pero aún de lo que yo sé, no es posible particularizarle todo, como Ud. desea. Baste decirle que todas esas ciudades y pueblos quedaron enteramente convertidos al Señor, enmendando todos sus vidas, y remediándose los desórdenes con los Ejercicios. Baste decir, que el mismo Señor confirmaba y cooperaba con prodigios en todas partes este nuevo y extraordinario modo en una mujer de girar por el mundo convirtiendo las almas con los santos Ejercicios. No parece ciertamente posible que hubiera podido traer una excursión como ésta una mujer, si no la guiase y aun confortase continuamente aquel mismo Dios que la había movido para ello. Ni tampoco hubiera ella podido vencer por sí sola todas las dificultades que en cada una de esas ciudades y parajes se le ofrecían; ni superar las contradicciones y opiniones de los hombres contra dichos Ejercicios, si no hubiera estado plenamente dotada de aquel grande espíritu de la Compañía de Jesús, el cual resplandece más en las adversidades. Al considerar todo esto, llegamos a confesar universalmente que era el “Dedo de Dios”, quien movía principalmente esta grande obra.
Con todo eso, donde con especialidad se ha vista más resplandecer el gran poder de Dios en esta su Sierva, ha sido en la ciudad de Buenos Aires, Capital y Metrópoli de este nuevo Virreinato. Más de cinco años ha, que está aquí haciendo guerra con su pobreza, humildad y celo contra el poder, la vanidad, el lujo y demás vicios de esta Corte. Al principio, por cerca de un año, contuvieron el impulso de su destino y la energía de su espíritu los grandes obstáculos que encontró aquí; y aún hay muchas oposiciones, contradicciones y desprecios que tuvo que vencer. Las principales cabezas del Gobierno así secular como eclesiástico y los mayores personajes eran los que más se oponían a que se pusieran en práctica los Ejercicios de San Ignacio. El Excmo. Sr. Virrey, o con afectada indiferencia o por influjo ajeno, o por otros respetos superiores, bien que humanos, rehusaba dar el permiso a que públicamente se dieran estos Ejercicios, diciendo que olían a cosas jesuíticas. Después de haber dado de esta suerte la repulsa a varias instancias, que humilde y modestamente le hizo nuestra Beata, finalmente le concedió la facultad, desde una ocasión en que esta Sierva de Dios, llena de celo y animada de un superior espíritu, le representó el grave cargo que el Señor supremo le haría por los grandes bienes de que privaba a aquel pueblo con impedir los Ejercicios; y sin esperar más respuesta salió de su Palacio. Rindióse pues entonces el gran poder humano, a la fuerza divina de las palabras de aquella pobre mujer. También se le opuso el Sr. Obispo a los principios, y aun por algunos meses, hasta que también Su ilustrísima, después de bien observado, probado y reconocido su espíritu, ser verdaderamente de Dios, le concedió la licencia de que se administrasen públicamente los Ejercicios.
Comenzaron pues los Ejercicios finalmente en Buenos Aires, y se hicieron con tanto fruto de las almas, que todos bendecían al Señor y a la que había sido la causa motriz de ellos. Comenzó también a darse a conocer más su espíritu, y a ser tenido en mayor aprecio su celo, aun de aquellos que se le habían opuesto cuando había sido más grande su oposición. Creció más esta estima, y buen concepto, que comenzaron a formar en aquella Capital de la celante Beata, con la ocasión de haber arribado a nuestra ciudad, de la de Lima, el Excmo. Sr. Don Manuel Guirior, y su dignísima esposa, la Exma. Sra. Doña Bentura, que fueron Virrey y Virreina en aquella Corte, y con el grande aprecio que desde luego mostraron de nuestra Beata estos señores. Quisieron hacer inmediatamente los Ejercicios bajo de su dirección. Y los hicieron con gran edificación, siendo los primeros en observar exactamente las distribuciones, y dando muchos ejemplos de mortificación, y de humildad. Después de hechos los Ejercicios, y aun todo es tiempo que se demoraron en aquella ciudad, quisieron tener con la Beata una continua y estrecha comunicación. La que lograron con la ocasión de habitar en una casa inmediata a la de los Ejercicios, donde habitaba nuestra Beata. Ya sabrá Vd. lo sucedido a estos señores, al último de su gobierno, y también sabe muy bien que ente ficto es el honor, principalmente en semejantes personajes. Venían, pues, y estaban nuestros señores por este motivo con tanta tribulación, aflicción y pena, que no hallaban consuelo en ninguna cosa humana. Pero desde que trataron a la Beata, como aseguraban ellos mismo, encontraron todo su consuelo y alivio interior, conformándose con la voluntad de Dios en todo. Fue notorio a todos el alto concepto que formaron de ella por este motivo, y la gran confianza con que en todo la consultaban; dependiendo de ella aun en sus mayores negocios como de un Oráculo; poniéndose enteramente en sus manos y recibiendo de ella hasta máximas y consejos espirituales, como de un Padre espiritual. Antes de partir para España, se encomendaron a ella. Y aun puestos de rodillas, le pidieron su bendición. Tanta fue la veneración y respeto que tenían de su santidad. Hasta hoy continúan su correspondencia por cartas, atribuyendo a sus oraciones e intercesión con el Señor, su felicidad en el viaje; y principalmente el éxito feliz que han tenido en la Corte de España sus graves e interesantes negocios. Todo lo cual se lo predijo dicha Beata, dándoles mucha esperanza y confianza en Dios.
No ha sido menos la estima y aprecio que formó de ella el que era entonces Obispo de Buenos Aires, y ahora es dignísimo Arzobispo de Santiago de Galicia, Don Fr. Sebastián de Malvar. Asegurado pues ya su Illma. con la experiencia y por sus mismos ojos del gran bien que resultaba de los Ejercicios, y conocido también el espíritu, celo y virtud de la Beata, comenzó a fomentarla de todas maneras, para facilitar más el ministerio. Franqueándole liberalmente todas sus ventas para todo cuando fuese necesario, y en particular quiso que corriese de su cuenta el alquiler de la Casa de Ejercicios, que era crecido. Concediéndole cuantos privilegios y gracias de indulgencias podía según sus facultades, así para ella, como para los demás ejercitantes; que tuviese oratorio o capilla en casa, con el Sacramento reservado, y en ciertos días expuesto, y que se administrasen en ella otros sacramentos. Fue también prueba de su estima, y del gran concepto que tenía Su Illma. de esta santa mujer, lo que dispuso (que esa casa particular) de que ningún clérigo pudiese pasar a los Sagrados Órdenes sin el informe o testimonio de ella, de que se hubiera portado bien en los Ejercicios previos a dichos Órdenes. Efecto fue también de su buen concepto, el aconsejarse de ella en los negocios más arduos e intrincados que le ocurrían, pidiéndole que lo iluminase con las luces que adquiriese del Cielo; el pedirle consuelo en sus tribulaciones; el consultarle los medios de pacificación en las turbulencias, que se le ofrecieron según las virtudes humanas con el Sr. Virrey, y con uno y otro Cabildo, con el clero y el pueblo, y finalmente el poner en sus manos el estado presente y su futura suerte con aquella secreta confianza que se capta un alma grande de quien sabe que logra de un gran valimiento delante del trono de Dios. En suma, cuanto bien había, no quería que se difundiese por otras manos que las de esta Sierva de Dios. Hablando en cierta ocasión de ella Su Illma. dijo, como soy testigo yo: “Si la Beata supiera la multitud de casamientos que de nuevo se han hecho, y los que se han compuesto mediante sus Ejercicios, y los otros infinitos bienes que ellos producen, jamás los dejaría de sus manos”. No queriendo Su Ilma. privarse de estos bienes, y queriendo confirmar con la obra lo que decía de palabra, hizo también los Ejercicios de San Ignacio bajo la conducta de la Beata antes de emprender su viaje de retorno para España, ya nombrado Arzobispo, en los cuales dio muchos buenos ejemplos a los demás ejercitantes y a toda la ciudad. Por última prueba del grande aprecio que tenía de la santidad de la Beata, pretendía con grande empeño llevarla consigo o en su compañía a España, a su nuevo arzobispado; aunque Dios nuestro Señor que quizá tiene otros designios sobre ella, frustró por entonces su pretensión.
A vista de aquella estima, que han hecho de ella estos y otros señores de los principales, y de mayor carácter de estos Reinos, figúrese Vd. ¿cuánto habrá crecido la buena opinión y el crédito de ella, y de sus Ejercicios? Con todo eso, ella en su opinión se estima por la peor, y la más ínfima sierva de todos. En medio de los honores que le hacen, y de tanto dinero que le dan para el mantenimiento de los ejercitantes, ella no ama para sí, sino la mayor pobreza, la mayor humildad, y el ser despreciada de todos.
Contenta sólo de venir a la mayor gloria de Dios y al bien de las almas por medio de los santos Ejercicios. No aspira a otra cosa, y parece que no piensa otra cosa; y el efecto parece que corresponde a sus deseos, pues en sólo la ciudad de Buenos Aires, según un cálculo prudente, se han dado los Ejercicios a muchas más de 30 mil personas; y la reforma en dicha Capital ha sido tan visible, cuanto habrá sido repentina la moderación de los trajes, la disminución de diversiones, el buen arreglo de las familias y el uso de la oración, y en una palabra, la frecuencia de los sacramentos, como lo notan todos los que tienen ojos y algún juicio. Dícese que de Buenos Aires pasará a Montevideo, o a donde el Espíritu del Señor, que la vivifica y siempre la conduce, la llevará en prosecución de su ministerio apostólico.
Reflecta ahora Vd. si todas estas obras grandes y otras más que practica la Sra. Doña María Antonia de San José, como verdadera hija de la Compañía de Jesús, ¿no son obras propias del espíritu de esta Religión, que preside en ella? Pero aún digo más para mayor prueba de esta verdad. Acordándose ella que los Jesuitas usaban hacer algunos asaltos espirituales por la ciudad para enfervorizar más la gente con aquellas exhortaciones, que llamaban actos de contrición, hizo también hacer ella en Buenos Aires para el mismo fin. También ha hecho practicar otros muchos medios y estratagemas, conducentes a la salvación de las almas, como que no desea otra cosa, ni piensa, según ella misma lo dice, sino de promover el ministerio santo de la Compañía de Jesús, en procurar la mayor la gloria de Dios y el bien de las almas. Tampoco tiene ella recelo, ni miedo alguno, de profesar públicamente ser hija (aunque indigna, como ella dice) de la Compañía de Jesús, de uniformar sus operaciones con las máximas e Instituto de aquélla, en lo que le fuese compatible con su sexo y sus fuerzas; y en fin, de llevar por todo el mundo, si le fuera posible, el santísimo nombre de Jesús, para que sea santificado y glorificado. Ni aún se contenta con esto, ha hecho todavía más, para que se manifieste mejor existir en ella el espíritu de la Compañía de Jesús. No sufriéndole su amor, que con la expulsión de esta Región, de estas Provincias, se desterrase también el culto de sus santos, ha procurado con todo su empeño, y consiguiéndolo, de la piedad de los fieles, de que casi en todas estas ciudades se solemnice en sus propios días y sus festividades con misas cantadas y aun con sermones en que se panegirizan las virtudes y los méritos de dichos santos y de su Religión, sin faltar a la justicia ni a la verdad, y glorificando al Señor. Estos santos son principalmente el Santo Fundador Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, San Estanislao Kostka, etc. También ha tomado a su cargo mandar decir solemnemente una misa al Sr. San José todos los días 19 del mes, como se hacía en los colegios de la Compañía de Jesús, y festejar también a la Santísima Virgen de los Dolores.
Finalmente su intención, y sus ideas, no parecen que son otras sino que de seguir todo cuanto le sea posible y compatible con su estado, en todo y por todo, a todo cuanto practicaba la Compañía de Jesús en procurar la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas. Vea pues ahora Ud. como en conclusión, que quien hace todo esto, ¿si no tendrá en sí el legítimo espíritu de la Compañía de Jesús? Y que si en la Rusia, por especial providencia del Señor y por sus particulares fines, se conserva todavía aquella Compañía por medio de una mujer visiblemente a todo el mundo, por ser ésta poderosa y soberana; aquí también se conserva su espíritu por medio de otra mujer, bien que casi invisiblemente, por ser esta otra pobre y como desconocida a los ojos del mundo. ¡Ah, Dios quiera que llegue finalmente algún día de Juicio, antes del Final, en el cual se reúna aquel cuerpo con este espíritu para mayor gloria de Dios y se restablezca como antes esa Compañía de Jesús! Y sea ésta la última noticia, que participo a Ud. de nuestra Beata, que este restablecimiento es el mayor de sus negocios, como dice ella, que trata continuamente con Dios nuestro Señor. Éste es el que llama públicamente “el mayor” o su “máximo cuidado”.
Concluyo esta carta con otra noticia, bien que diferente especie, por ser efecto de la Divina Justicia; pero que también merece alguna reflexión, por tener algo de particular relativo a la Compañía de Jesús. La noticia es la ruina de Arequipa, causada de un terrible terremoto sucedido en el mes de julio del presente año. Su breve relación, como nos la han escrito desde las casas de campo de aquella ciudad, es de esta manera: A las 7 de la mañana comenzó la tierra a temblar con tanta vehemencia, que nos causó el mayor espanto que jamás hemos padecido, y nos obligó a desamparar enteramente unas casas, y la ciudad, para buscar algún asilo en los despoblados de la campaña.
Desde acá hemos observado varios extraordinarios efectos pero terribles de este castigo de Dios, que aunque sean naturales, nos han llenado de horror. Y son: que desde luego comenzamos a ver más casas irse sepultando con su mismo peso, no pudiendo resistir a la gran violencia con que se sacudía la tierra. Varios promontorios o prominencias de tierra se han visto trasladados como improvisamente de un lugar a otro, distantes entre sí como una legua; en otros parajes se abrió la tierra en forma de una caverna tan profunda, que no se alcanzaba con la vista el término de su profundidad. Poco después salió de esta gruta un torrente de agua que inundó la campaña y aumentó las calamidades. Surtieron de otras partes muchas y diferentes suertes de aguas, unas naturales, otras sulfúreas, unas tibias, otras tan calientes, que brotaban hirviendo como en el fuego. Efectos todos del mismo volcán, que había hecho temblar la tierra y desahogaba de este suerte con erupciones tan prodigiosas. Otros accidentes hemos visto tan raros y tan varios, que cada día nos parecía que mudase nuevo aspecto la superficie de la tierra hasta donde alcanzaban nuestros ojos, causándonos continuamente nuevos espantos; porque por todas partes no se nos presentaban sino precipicios y peligros de muerte. Por 15 días ha durado moviéndose la tierra casi siempre continuamente, quitados algunos pocos intervalos en que hemos podido respirar. Hasta ahora, los que sabemos que han perecido entre las ruinas, son solamente 200 personas, y de éstas las más son aquellas criaturas pequeñas que quedaron en las cunas, por no haber podido salvarlas sus madres, huyendo precipitadamente. Con el susto y por el temor de quedar ellas también sepultadas. Muchas más personas hubieran sido víctimas de la muerte violenta, si no hubiera comenzado el terremoto en aquella hora, en que la mayor parte de la gente estaba fuera de la cama. Bendita sea la misericordia de Dios, que aplacando la ira de su justicia, nos dio tiempo para salvar las vidas y para poder arrepentirnos de nuestras culpas, que quizá han ocasionado tan terrible estrago. Realmente desde aquel espantoso día se han visto mil demostraciones públicas de arrepentimiento y de penitencia, pidiendo perdón a Dios y frecuentando los santos sacramentos, especialmente el de la confesión. El efecto pues, principalmente, que ha causado este nuestro vecino volcán, con haber hecho temblar la tierra que habitamos, ha sido echar por tierra todas nuestras habitaciones y arruinar enteramente los edificios de nuestra deliciosa ciudad de Arequipa; pues no se ven en ella sino montones de tierra donde antes eran fábricas. Con todo eso se admira aquí como un prodigio raro, o particular providencia del Cielo, el haber quedado indemne en medio de tantas ruinas, el colegio que fue de los Padres de la Compañía de Jesús. Hasta aquí otra revelación.
Añado yo lo que hemos sabido posteriormente, y es que los ecos de este terremoto, o las resultas de la violenta erupción de este volcán de Arequipa han llegado a sentirse también al mismo tiempo con bastantes vaivenes de la tierra en la ciudades de Lima y de Santiago de Chile, pero sin daños notables. De donde se ve que su dirección fue de norte a sur, por toda la costa del Mar Pacífico. También se dice que han quedado también enteramente arruinadas como Arequipa, la ciudad de Arica y Moquegua. Otras individualidades se sabrán después. Lo que yo principalmente considero con reflexión es el haber quedado solamente en pie y sano y bueno entre tantas ruinas de aquella ciudad, el Colegio que fue de los Jesuitas. Bien puede ser que sea una mera casualidad, o cosa muy natural, de haber podido resistir más que ninguna otra fábrica, por ser aquélla más fuerte que todas, o por otras razones; pero lo que pongo en su noticia, es que habiéndolo tenido como por milagro, o por algún misterio, que indicase alguna futura felicidad, se han renovado en todos nosotros, principalmente los que estamos en este Virreinato y que combinamos según nuestro deseo aquel suceso con la subsistencia de la Compañía de Jesús en la Rusia y la subsistencia de su espíritu en estas Provincias, unos felices prenuncios de su total restablecimiento. A lo menos, nuestros deseos son grandes, y la necesidad grave, o casi extrema. Conque a la medida de esto no pueden dejarse ser también muy fervorosas nuestras oraciones al Cielo sobre este objeto. Así me lo aseguran de todas partes; y yo lo aseguro de parte mía y de los de mi Patria.
Aquel gran Dios, que todo lo puede, se digne de oírnos y de acordar benignamente nuestra súplica. Ruego también intensamente al mismo Señor, conserve la vida de Ud. y las de todos los demás mis Maestros y Padres espirituales, cuyos trabajos compadezco y cuyas manos humildemente beso en señal del más profundo respeto que les mantengo y el constante obsequio que les profeso.
Besa las manos de Ud. su más afmo. Hijo en Jesucristo. N.N.
Ficha técnica.
- Fecha: 7 de octubre de 1784
- Desde Córdoba
- De Don Ambrosio Funes
- al Padre Juárez
- Idioma: Español.
Cf. Blanco: XL ASR 85-95 y 117-128 (en castellano); Gr 26. Una versión: Blanco XXXIX: P 207-213 (más breve y en francés): C. P., 295-301. Córdoba y 7 de octubre de 1784.
Un comentario en “Carta 18 – De Don Ambrosio Funes al P. Juárez (Córdoba, 7 de octubre de 1784).”