Lorea le comenta al Padre Iribarren las maravillas de Mama Antula, y que La Beata quiere un Manuelito de Mármol porque el de madera que suele llevar colgado al cuello es requerido por las familias de Buenos Aires que se lo pasan de casa en casa.

Después de hacer una larga reflexión sobre “el aprecio y la estimación que merecen los Jesuitas” por las obras que han realizado y de cómo no obstante se encuentran “desamparados, afligidos, deshonrados, arrastrados a imitación de Jesucristo… por haberse levantado mil calumnias”, comenta que el Obispo Malvar después de haber visitado los pueblos de las misiones, hizo un grande informe diciendo que no se podía dar arreglo igual como el que habían tenido los Jesuitas en dichos pueblos, así en lo espiritual como en lo temporal”… sigue escribiendo:
Aquí en esta ciudad, he metido a muchos en emulación con la fiesta de San Ignacio, y ya se hace en varias partes. Les quité los temores con haber empezado y después seguí dicha función hasta que la he hecho en Santo Domingo y, habiéndome nombrado por Patrón del Noviciado de dicho Convento (admití) el partido con tal que también eligiesen por primero a San Ignacio y así lo efectuaron, cuya memoria mientras viva no olvidaré.
A mí me tienen por Sebastiancito en toda la ciudad, lo que tengo a mucho honor; las gentes sean de la calidad que fueren, se guardan muy bien de dañarles en un pelo, pues de lo contrario no respeto a nadie. El Ilustrísimo de esta diócesis concedió a la Madre Beata una gracia particular el día del glorioso San Ignacio. Ésta le fue a pedir licencia para cantarle una misa al Santo en la Casa de Ejercicios. Y Su Señoría le respondió que no sólo la misa, sino también que tuviese en dicha casa el Santísimo Sacramento todo el día manifiesto.
Por lo que vendrá Vm. en conocimiento cuáles serán sus intenciones. He sabido que tiene sus ratos de consulta con ella. Esta piedra desgajada de las ruinas de aquella Fortaleza, la trajo Dios para confusión de Doctores, Prelados y Religiosos. ¿Qué será donde esta cada piedra en su lugar? ¿Quién tuviera la dicha de volverlas a ver? ¡Pero Dios no es viejo! De los pueblos de las Misiones avisaron al señor Vértiz que los Jesuitas antes de salir, habían enterrado en una de las iglesias unos cajones con tesoros, pidiendo al mismo tiempo licencia al dicho señor para sacarlos. En efecto se la concedió y habiéndose puesto en ejecución, dieron con huesos de difuntos. Siguieron con los demás y hallaron el mismo tesoro, con lo que quedaron burlados y avergonzados por el informe tan al contrario que habían dado al Virrey; pues decían que era tesoro que tenían enterrado para cuando volviesen. Y así ha salido todo lo demás que les levantaron. (Dice N.) que se hallaba en Madrid a tiempo que llevaron a firmar al Rey unos papeles contra los (Padres y que) respondió Su Majestad, como piadoso monarca, que se los quitaran de delante, que una vez lo había (hecho y que) le pesaba.
En la caja de la ropa que llevó Don Pedro Arduz, remití copia del original de… Cárdenas, que vino por casualidad a mis manos, con el fin de que se le manifestase a Vm. Tengo en mi poder todos los retratos de los Generales y el de la Emperatriz de la Rusia (a la cual) tengo en mucha estimación.
Reciban Vms. mis muchas memorias de las señoras de Gutiérrez de Paz (las que habitan) en la Plaza. A los dos años de haberles expulsado a Vms., tomé estado con una sobrina de dichas señoras, llamada Isabel, que Vms. conocen. Tengo cuatro hijos a quienes les estoy continuamente haciendo presente los muchos beneficios que me han hecho todos los Jesuitas, para que si Dios en algún tiempo los (trae) por acá, sean agradecidos y les puedan servir de algo, aunque no los conozcan.
No se me puede olvidar la expresión que me dijo el Padre Miguel Martínez, dos años antes de la expulsión: ‘que si lo viera a mis puertas le daría una limosna’. Lo que tuve muy presente cuando fui a verlo preso en el Fuerte y le llevé una onza. Todos están ya desengañados y dicen que todo está perdido; pero cuando oigo tales razones, les respondo: ‘cómo ha de estar perdido, si ya no están aquí los que perturbaban la paz y quedaron los santos’. Y cuando suceden desastres digo también: ‘que ahora no hay Jesuitas a quienes atribuir todos los males’.
En fin, que no tuviera cuando acabar, si quisiera decir todo mi sentir. Ahora me acaba de participar la Madre Beata que quiere comprar la casa en que da los Ejercicios, que está tasada en doce mil pesos. No tiene más caudal para comprarla, que la Divina Providencia y con ella lo verificará. Le he ofrecido para retablo de dicha casa, un retablo que tengo pronto que valdrá lo menos mil pesos. La he dicho que me haré cargo y le ayudaré fuera de esto en cuanto pueda para la reedificación. Ésta se ejecutará si se consigue del señor Virrey y del señor Obispo la licencia para ir a dar Ejercicios a Montevideo, lo que le será dificultoso, porque el señor Virrey no quiere que salga de esta ciudad.
Es de admirar que esta pobre señora al principio cuando vino, le hacían mil burlas por las calles, públicamente tratándola de bruja y ahora es estimada de todos y llamada a porfía de todas partes (disputándose) quién se la ha de llevar. Uno de sus mayores perseguidores de la Beata, salió de Montevideo desterrado para Filipinas, siendo por su casa de más autoridad y honores que el señor Virrey. Esta ramita que quedó de aquel tronco seco, está causando la mayor admiración de ver que señores Obispos, Canónigos, Clérigos y de todas clases de gentes han entrado a tomar Ejercicios en su casa.
Ha habido ocasión que han entrado más de cuatrocientas almas, la menos ha sido de doscientas, sin dejar de concurrir con el mismo tesón en más de nueve años que hace que está aquí. Toda ponderación es poca para explicar a Vm. sus trabajos y grande caridad. Sólo diré a Vm. que enferma, llena de males y baldada, que está continuamente en cama, pero no por esto descansa en su ejercicio.
Contarle a Vm. las cosas que le han observado estando en Ejercicios, faltarle el pan a la hora de comer, la leña, la grasa y otras varias legumbres, y avisarle a ella que ni plata, ni los víveres expresados había. Nada de esto le contristaba, a todo respondía con mucha fe y confianza en aquel Dios infinito, diciendo que Manuelito lo proveerá, que no se aflijan. Y luego solían, o poco después, llamar a la puerta trayendo de limosna todo lo que faltaba.
Todo esto es contarle a Vm. lo que pasa, por encima, que a ir con más menudencia sería nunca acabar. Lo cierto es que el Instituto y el espíritu de la Compañía de Jesús está sostenido por la Divina Providencia entre dos mujeres. De la de allá tengo su retrato en la sala principal de mi casa y enfrente de la puerta; y ésta de acá hace a Vm. una súplica de que le encargue un Niño Dios de piedra mármol, que tenga una cuarta de largo, tendido o recostado sobre una cruz y que ésta esté unida al Niño y que se pueda traer colgado, porque uno que tiene de esta conformidad, no se lo dejan parar y anda de casa en casa…; y como es madera, está todo maltratado. Su importe, luego que Vm. lo avise, se lo remitirá al punto…
En el siguiente correo avisaremos a Vm. la contestación en punto a pinturas y santos… Estas (noticias) que a Vm. participo, no deje Vm. de divulgar por todos, así amigos míos como no amigos, que para mí todos lo son, principalmente (los Padres) Prado, Suárez, Miguel Martínez.
Buenos Aires, 1 de octubre.
Besa la mano de Vm. su más afecto servidor.
Isidro Lorea.
Ficha técnica.
- Fecha: 1 de octubre de 1788.
- Desde Buenos Aires
- De Don Isidro Lorea
- al Padre Diego Iribarren.
- Idioma: Español.
Cf. Blanco LXXVI: AL (en castellano); Luengo, Papeles varios, t. XVII, p. 245; copia en APA. Cf. también Gr 45-56 (parte citada: pp. 50-56); ARSI 180-181 (en italiano, fechada 1/9/1788). Buenos Aires, 1 de octubre de 1788.
Un comentario en “Carta 59 – De Don Isidro Lorea al Padre Diego Iribarren en Faenza (Buenos Aires, 1 de octubre de 1788)”