Carta 51 – De Don Ambrosio Funes al Padre Juárez (Córdoba, 4 de diciembre de 1787).

Admirado de Mama Antula, Funes se refiere a ella como la «nodriza del alma» y comenta sus virtudes proféticas. Duda de que sea bueno que sus cartas referidas a La Beata sean traducidas y difundidas en Europa y lamenta que desde que fueron expulsados los jesuitas ha declinado el nivel educativo en colegios y Universidades.

Universidad de Córdoba, creada en 1621 y posterior al Colegio Máximo (1613), fue regenteada por los franciscanos luego de la expulsión de los jesuitas en 1767.

Mi muy amado en el Señor.
Su Divina Majestad interrumpió mis enfermedades habituales, para que sacrifique las pocas fuerzas que me asisten en obsequio y consuelo de unos infelices de mérito, cuales son Ustedes, Dueños legítimos de mi gratitud y de mi afecto.

Días ha que pedía a mi Padre y amado S. Francisco de Borja concediese a mi pasión este desahogo; y he Vd. aquí, que se ha mostrado generoso, haciéndolo efectivo en su mismo día. Ya que lo he empezado ofreciendo el Sacrificio incruento, y recibiendo el Cuerpo de N.S.J.C. por la consecución de nuestros designios, los concluiré dando principio a esta carta, que si no los fomentan los suscita.

Quisiera que este Santo (grande en la tierra por su entendimiento y mayor en la gloria por su humildad) así como fue Promotor esencial de la propagación de su Orden desde la cuna, lo sea igualmente de la resurrección de aquellos que yacen en el sepulcro de su corrupción. ¡Qué gloria para Dios! ¡Qué triunfo para la Religión! Los fundamentos políticos que Vd. me expone, para hacer sensible la imposibilidad, convencen mi razón, no mi esperanza. Aquéllos tienen por Garantes todo el poder y ciencia de Roma, Viena, París y sus Príncipes, y Filósofos; de ésta lo son Santiago del Estero, Córdoba, mujeres simples, rústicas, pobres, pero que por su virtud se apoyan en la suprema Sabiduría. Si después de este aparato magnífico de obstáculos queda el humilde en la posesión del fruto de sus deseos ¿no podremos repetir con gozo pacífico del corazón lo que inspiró en otro tiempo y obrar en todos lucem in orbe terrarum (luz en el mundo)?

Debemos, pues, a esos decretos del poder y de la ley inaccesibles, en los decretos de su prescripción, aún nos resta un reunirse a esta Potestad conclusiva de todas compensaciones, la cual con la misma facilidad que les permitió erizar la cerviz de su justicia, los imperará inclinarla, y abrir de par en par el seno augusto de su misericordia, a fin de revivirlos en su asilo natural y promover la mayor honra y gloria de Dios, y la prosperidad de sus pueblos que gimen por su restitución.

Uno de los motivos más eficaces, que me persuade ser peligroso el éxito de la propagación de mis cartas, es haber tomado por asuntos ordinarios a ellas, precisamente aquellos que ceban más la incredulidad; no digo ya de sus adversarios, porque estos malum nescire, quia jam oderunt (Ferial), sino de los mismos que tienen su mayor interés; porque éstos dirían nisi viderimus nisi redimisti. Éstos son dos extremos:
busquemos la virtud del concepto, que está en medio de ellos. Exijo, pues, una fe privada, sencilla, que carece de demostraciones, y abunda de indicios tan vehementes que se equivocan con las pruebas. La Beata es un testigo de vista: otros pueden deponer lo mismo.

Tachar a la primera sería tachar sus obras; tachar a las otras no es tan fácil que no lo impida la caridad. Prescindamos de éstas: paremos la consideración en aquéllas; ya que el estímulo de Vd. y de esas almas apasionadas es tan fuerte que me es imposible sentirlo; aunque las circunstancias no son las que eligiera por mi propio impulso. Dígolo únicamente porque en otras exhibiría con más sosiego: son mejores materiales, con más robustez.

No se puede negar que la profecía es un don sobrenatural, que Dios difunde extraordinariamente a las almas perfectas, para exaltar su gloria y autorizar la virtud de las mismas en quienes la depositan. Hace muchos años ha que estoy persuadido ser una de ellas N. M. Beata Dña. María Antonia de San José; como la he dado a comprender a Vd. en mis antecedentes. Yo no tengo obligación de formar discusiones prolijas sobre 104 Documentos este ascenso que exige toda la ciencia del espíritu, la iluminación de la teología mística.

Sé que hablo con quien habiéndome criado a los pechos de esta Nodriza del alma, y que el ingenio se nutre ahora con el alimento fuerte y sazonado, que se reserva para hacer robusta su senectud. Y así me reduciré sólo a referir con sinceridad los sucesos, de fondo para Vd. su legítimo discernimiento. Serán éstos los más análogos a mi asunto, y los más propios a suministrar el consuelo a su esperanza, a su deseo.

Ya he comunicado a Vd. que nuestra Beata llegó a comprender que no fue total la extinción de Vds. cuando le acaeció aquella gran visión en el día de San Estanislao en Buenos Aires, que duró todo el año de su fiesta en la misma iglesia de la Compañía; que hacía entonces de Catedral. En una pequeña candela que se escapó, en el ángulo más remoto de ella, de la extinción de estas muchas; que poco antes habían brillado en todo el templo, significó la subsistencia de la Rusia, mucho antes que su noticiase propagara a este Continente; a lo menos estoy persuadido que ella lo ignoraba, hasta que la Gaceta misma (que poco después tuvo la fragilidad de contradecirse) la publicó expresamente.

Mi genio amante de abrazar la verdad depurada de las ilusiones populares, que suelen ofrecer a la imaginación incauta fantasmas gigantescos de las cosas extraordinarias, me indujo a suspender mi ascenso; no obstante, que me proponía un objeto tan lisonjero a mi pasión. Intentaba frecuentemente con mis raciocinios adherirla a mi dictamen, deduciendo ciertas consecuencias políticas, que la aficionasen a proceder con cautela en asuntos de tanta entidad. Mas ella, inflamada de sus deseos (que son como los ríos rápidos que siempre salen) o instruida de las inteligencias privadas de su espíritu (que en realidad son pasmosas), tan lejos estaba de complacerme en esto, quien a cada paso me humillaba con increpaciones, que me imponían imperiosamente la confusión y el silencio. En aquellos ratos le daba gusto mi lengua callando, no mi discurso, porque no cesaba de aspirar a su habitual independencia, engolfándose en mil dudas, cavilaciones y recelos que no permitían reposo a mi entendimiento. Todo se me iba en observarla (como dicen) de pies a cabeza. Para mí no había palabras ociosas en este punto. Las confería dentro de mí mismo: las escribía inmediatamente. La preguntaba con disimulo rarísima vez (porque he conocido que no hay cosa que más le incomode ni altere más sus sospechas, que una pregunta dirigida a descubrir su espíritu), pocas veces osaba interrumpirla; con todo ninguna cosa contentaba a mi corazón, aunque por otra parte me sentía tan propenso. Una de las cosa que más me mortificaba era oírla tomar un tono profético indicante de mil asuntos ofrecidos a la imaginación con expresiones sucintas, obscuras, medias sílabas, suspiros, y deseos, que para mí hicieran una farsa bien ridícula, si por otra parte su simplicidad, su entereza, su ternura, su ingenuidad, sus gracias apacibles y enfáticas no se apoderasen tan a las manos de mi corazón. ¿Es posible (decía dentro de mí mismo), es posible que esta mujer autorizada con virtudes tan fuertes, y con el desempeño público de su misión, me haya elegido, sólo para halagarme con ilusiones? Que siendo tantas las personas dignas de su trato, me dé una preferencia capaz de poner celos a tantos pretendientes de su confidencia, que de día y de noche nos veían juntos, sin separarme no digo de su lado, sino que estaba inquieta hasta que me hacía tomar asiento en su propia cama para comunicarme…

Concluiré diciendo, sobre, esto, que aunque tales comparaciones sólo se permiten, cuando el modo condicional las mitiga; que ambos son formados según el de Jesucristo. No desciendo a especificar los sucesos actuales de la misión de Nuestra Beata porque no puedo presenciarlos, porque ella no me escribe; porque no hay una pluma observadora de sus hechos; y porque los sujetos encargados de su averiguación no es tiempo de que satisfagan a mi solicitud. Es muy regular de que se embaracen, para nos disminuir su ciencia, ni su número. Pero al fin cuando de ellos no resulta una obra completa, tendré el consuelo, y la honesta gloria de presentarles, siquiera en fragmentos dispersos, que esto se requiere, para formarla. Dios que empieza una obra la sabrá concluir. Sobre su sacratísimo Corazón presento este designio: espero le conduzca hasta su perfección. Yo no tengo por mí acertado, que Vd. comunique todas las noticias que le escribo. Su prudencia elegirá las que merecen cubrirse con el silencio, hasta que Dios nos haga a los techos a publicar sus maravillas. Y supuesto que la mayor de ellas es la de sus Ejercicios, diré para consuelo de Vds. y gloria de Dios, que continúan en Buenos Aires con la misma abundancia de gentes, que le he comunicado en mis anteriores.

Cuando el Vesuvio de la caridad y edificación se inflama, saltan sus chispas a mucha distancia. Y como el alma de mi Condiscípulo y Paisano Don Juan Alberto Guarasa, Clérigo Presbítero, es muy susceptible de ellas, ha encendido también la hoguera de los Ejercicios en esta Ciudad en consorcio del Cura de La Rioja, Dr. Don Miguel Morales (hijo de virtud) de modo que en este año los han distribuido a más de 500 personas de ambos sexos con fruto muy palpable en la reformación de estas costumbres. Él ha agitado la subsistencia anual de esta bella obra; pero carece de los auxilios necesarios a su consecución. Se pretende por sujetos piadosos que el fondo de 52 mil pesos establecido en la Hacienda de San Ignacio sin otro fin que nuestros Ejercicios, se dedique a ellos según su legítima institución (que desde que Vds. se partieron se ha estado invirtiendo en otros destinos bien extraños a la mente de su Fundador). El Demonio que es sagaz en poner obstáculos a todo lo bueno, y nuestros pecados, que tienen aire a sus depravados proyectos, han concurrido a la indolencia que prevalece en su supresión, temiendo tantos arbitrios para evadirla. Si en el año próximo nos concede el Clero un Procurador de Ciudad, piadoso y de celo, le franquearé documentos con que lo fomente: existen en dicho archivo. Dios quiera en este asunto terminar nuestras desgracias, suscitar de nuevo nuestra prosperidad.

Ésta se halla desterrada en nosotros desde su expulsión. Las costumbres no están en mejor estado que la educación, que las letras. Abandonadas a unos Regulares sin vocación para promoverlas, las vemos palpablemente caer, precipitarse a su propia ruina. Los Colegios y la Universidad anuncian ser víctimas de la ignorancia. No quiera Dios lo sean del vicio. En vano el Clero intenta poner el derecho de la enseñanza, para escobar estos males; los Regulares tienen poder y astucia para arrogársele a pesar de la justicia, de su instituto, y aun de la mención expresa de Nuestro Soberano, que de resultar de la oposición del Obispo Moscoso, excluyó a los frailes enteramente. Después de diversos choques, los más violentos del Clero con los Regulares ocurrieron ahora 2 años al Virrey de Buenos Aires. Éste tuvo a bien suprimir la agitación recíproca de uno y otro cuerpo, por motivos razonables quizá en su concepto, hasta que poco ha decidió contra el Clero abiertamente remitiendo los expedientes al Consejo Supremo. Hasta aquí los frailes triunfan. Pero como el Clero sostenido de la evidente justicia de su causa conoce que aquellos laureles se han arrancado por fuerza, y trasladado a un terreno extraño, creen también que su esterilidad los marchite, y deseque en poco tiempo. Con este fin han formalizado su recurso al Soberano en términos tan altivos e incautos que parece imposible dejar de cantar el himno del combate. Su Abogado ha hecho vibrar con destreza la espada del raciocinio: los ha decorado con elocuencia masculina, y manejado uno y otro con el brazo robusto de la verdad. Para divertir a Vd. referiré algunos pasajes o convencimientos los más irresistibles.

Alegaron por primer motivo de la exclusión del Clero la decantada corrupción de doctrina, que había adquirido en la Escuela de la Compañía, y que temían se propagase en sus discípulos con detrimento del estado civil y espiritual. A esta objeción gigantesca se les respondió, que si perjudicaba esta corrupción en las aulas, mucho más dañaría en los campos: porque es más funesta la formación viciosa del corazón, que la del talento; el uso de la palabra de un Pastor entre sus ovejas, que los gritos de un catedrático en medio de sus cátedras. Sin duda que aquí les faltó el entendimiento para deducir esta consecuencia, la voluntad para rendirse a ella, y la memoria para tener presentes la admonición de aquél. Monachus non docentis, sed plangentis habet officium.

Pretenden excluir al Clero últimamente porque protestan que no hay en él sujetos capaces de desempeñar la enseñanza pública (es lo que ha hecho más eco a aquel buen Virrey, y lo ha creído). La respuesta a esta objeción es todavía un golpe más mortal que el antecedente. ¿O los estudios (opone el Clero) se hallan en un estado floreciente, o no? Si lo 2º, luego a ellos se debe su decadencia. Si lo 1º, luego hay Clérigos dignos de las cátedras; y consiguientemente se les debe entregar su manejo. A no ser que digan, o se suponga que desde la ausencia de Vds. sólo uno, y ese mediano ganó la Recoleta, porque iba huyendo de los honores que hoy no asustan a sus hermanos. Los demás son Clérigos que se hallan derramados en estas Provincias, entre ellos mozos habilísimos, de estudio y talento, pero sin premio.

No quiero continuar la triste relación de esta escena. Espero que antes de mucho tiempo se pondrán en manos de Vds. los 3 ó 4 memoriales que el hermano ha producido en honor de su Cuerpo; en el cual está toda la historia de estos acaecimientos, que 10 ó 12 días se renovaron con ocasión de haberse opuesto al grado de un Regular Dominico hebdomadario, que sin acabar los estudios en su Convento, ni otra parte, se consumó de Doctor sin más mérito que 12 cuestiones, quizá aprehendidas de memoria, y auxiliadas.

Tan barato se halla hoy día el grado de Doctor. Y aun más las propinas, porque estos Regulares mendicantes las sirven duplicadas de un modo inaudito. Basta ser graduados de Doctor (así como Vd. oye) para tirar también las propinas de Maestros, aunque no lo sean.

La mejor Capilla de ellos decía que este grado se hallaba contenido en el de Doctor. Cuando Vd. vea dichos memoriales, será igualmente desenredado este sofisma con el mayor primor y erudición. No porque la respuesta más breve que se merece es la compasión o el desprecio. Todas las demás innovaciones se les dispensa, al paso que todos éstos son pocos para halagar a los Regulares. No quiero proseguir este asunto porque puede inflamarse el genio, y la pluma poco necesita para volar. El gran remedio de estos males consiste en la restitución de Vds. y entre tanto en la conducta de un Obispo (bien se suspira) virtuoso amante de las letras, y mucho más de su Clero.

Supongo que ya ha llegado a manos de Vds. la satisfacción del hermano acerca de aquellos pensamientos americanos, que empezó a tejer para desahogo del corazón patricio, que en estos tiempos ha caído bajo el yugo de la tribulación, cediendo a ciertas preocupaciones políticas nada compatibles con el espíritu filosófico que ilustra a nuestro siglo. Esta idea, que en efecto requiere un genio cabal, parece adversa a la de Vds. no obstante nos hemos persuadido que tal vez no lo será, después que se haya analizado el designio de su Autor: si quando (nolimus) displicere vobis concilium vestrum coeperit, possis nostrum recordari: Cicerón. Y así aguardamos con ansia su efectiva decisión, que sin duda originará reflexiones curiosas, de gran valor, y adaptables a decorar la materia. Vd. expréseme el juicio que haya del talento, y proyecto de su autor. Si tuviera más salud, y estudiara con más método, yo echaría más esperanzas más lejos en orden a sus proyectos.
He recibido como una dádiva exquisita de su cariño las dos cartas anteriores de Vd. en que sucesivamente me ha remitido la nómina impresa de los Jesuitas de la Rusia, la noticia de la feliz dispersión de muchos de estos individuos en tantas provincias y Reinos, sin excluir la nueva República de los Ingleses Americanos; la del Jefe de los Sabios nuestro Zacarías (que deseamos más circunstanciada) y la relación de sus trabajos desde el momento de su expulsión, hasta colocarse en esos Países. Estos expedientes han causado en nosotros su peculiar efecto alternando el gozo, que piden unos, y la pena que exige el otro. Ha aplicado Vd. con bizarría patética los sentimientos del Apóstol a cuya imitación vienen a ser un espectáculo bien extraordinario a Dios, a los Ángeles y a los hombres. Mucha ha sido su angustia, su sed, sus persecuciones en las que toma su parte nuestra gratitud, pero rebosamos de gozo al considerar que como Sabios Cristianos han sabido encontrarle futuro con su gloria, no en las preeminencias caducas de la filiación de Abrahán, no en la arrogante sabiduría de los Filósofos, no en la autoridad fastuosa del Indio, ni aun en la suprema elevación de su carácter sacerdotal; (que mucho mejor que la de ellos) sino en las tribulaciones, en Jesucristo crucificado.

Su senectud los acerca al sepulcro; ya van terminando su carrera: han sostenido un buen combate: han sido observantes de la fe: pues alégrense mis amados maestros que en virtud de su perseverancia el Justo Juez le concederá la corona inmarcesible que les tiene preparada.

No interrumpa Vd. la obra de su afecto: esperamos su prosecución con ansia, y en su recompensa suministraremos aquellas noticias que más les alienten y consuelen. Su admirable conducta de la Emperatriz respecto de la Compañía tan bien definida en aquella inscripción, Catharinae II Russiae Imperatrici, et Societatis Iesu consevatrici nos resarce en algún modo la pena de su privación. Quiera el Cielo perfeccione en su obra maestra de su bondad, junto con la vida de Vd. para que por su medio lleguen a estas partes remotas las plausibles noticias de su propagación; y también de éstas a aquéllas las que logren el mutuo interés de nuestro amor.

La dichosa casualidad de haber venido a parar en manos de un amado escribano todo el archivo de sus temporalidades me proporciona registrar los documentos de que se compone. A la verdad contiene los más curiosos e importantes de los cuales se podía tejer la historia de la Patria. Pero la lástima es que no hay sujeto de los que poseen buen talento, que se dedique a tan glorioso destino. Lo primero que picó mi curiosidad fue el asunto de las reliquias. Siendo tantas y tan raras, quedé asombrado de que se viniere tan ignorante el Pueblo de este tesoro. Descaro de su función, díjele al hermano: “He tenido el gusto de dar con las auténticas de las reliquias que tenían nuestros Padres”. A esto me pregunto prontamente: “¿Dónde se hallan?”. “Helas aquí, les respondí, que las he habido de un archivo; pero noto una cosa bien extraña, y es que teniendo Vds. en la Catedral varias reliquias de éstas, carezcan de sus auténticas”. “En efecto, contestó el hermano, yo me alegro mucho de este hallazgo, pues hace tiempo que las solicitábamos: luego, luego las vamos a pedir, para que existan en su lugar legítimo, y principalmente para usar de ellas, y evitar el uso de algunas ferias”. De hecho ya las pasan a su poder, y consiguientemente les darán el culto que corresponde. Registré también algunos fragmentos de la célebre historia del Señor Antequera, y revoluciones del Paraguay, y a la verdad, que el genio intrépido y original del Ilustrísimo Palos condujo al elogio de Vds. a pesar de sus émulos y de su Pueblo insolente hasta el tribunal más serio de este Virreinato, hasta el Solio de Nuestro Soberano, aun siendo la cogulla y el birrete de configuraciones tan diversas a este Prelado, debieron Vds. su 2ª restitución al Paraguay: más nos convendría otra 1ª a estos Dominios.

Prosigo en la investigación de otros asuntos, y no dejaré de notar los que más aficionen mi atención. Ellos me divierten, me entretienen, me instruyen del carácter de Vds. y lo que más es, me renuevan la memoria a cada paso de lo que más amo in aeternum, et ultra. Aquellos 20 pesos que remitió nuestra Beata sin saberse el destino, recíbalos Vd., que yo soy responsable a ellos, como hasta aquí no le haya comunicado otra resolución. Quizá son de unos Vuestros que ahora mucho tiempo le insinué los tomara para sí o para sus Ejercicios, o para Vds. Las otras cantidades que fueron por mano de Don Pedro Marquiegui, las remitió a Vds. el 27 del mismo mes de julio en que Vd. me escribe su última carta, por mano de Monseñor Creppi por Génova. Mas, el dinero último de que Vd. aún no da noticia que mandamos con el hermano Don Gregorio, también le sujetará a la distribución que asigné en mi anterior; éste es de 50 pesos fuertes, porque los otros 150 los despacha el hermano a nuestro Rospigliosi con quien comunicará Vd. su destino. Gracias a Dios que me da proporción para estos cortos socorrillos. Tengo 3 hijos varones, otras tantas mujeres, con la última, que nació ahora un mes, llamada María Teresa Luisa Gonzaga Estanislada, varios criados, en fin 18 personas de familia, pero gracias a Dios vuelvo para decir nada de esto me impide franquear a Vds. lo que hizo. Sólo tengo la doble pesadumbre de que sean tan cortas, y de que cueste tanto poner en manos de Vds. estos dineros, porque (como me informa mi íntimo Marquiegui) por cortas cantidades no hay quién quiera dar letras de Cádiz, a causa de que así no las costean. Vea Vd. si para lo futuro podemos remover este inconveniente.

Ahora mes me arrancó una recomendación Fr. Manuel del Carmen, Religioso dominico, con el objeto de conseguir el grado de maestro en su Religión. Conozco que en este asunto he procedido incauto, y así para remediar mi facilidad insinúo a Vd. que por mil razones eficaces no conviene nos hagamos cargo de este negocio. Si él le escribiere, respóndale según este designio por más que le interese en su asunto.
Aguardo, vuelvo a decir, la remisión de la nómina impresa de la Rusia, que quizá vemos algún día al infeliz Tenorio: cuya demencia confunde nuestros juicios, al paso que nos inspira venerar los del Altísimo. El Mercurio y Gaceta nos pondera el Concilio de Pistoya, principalmente en la adopción de las 4 proposiciones del Clero Galicano. Bien pueda presidir estos congresos S. Cipriano, yo aguardo la decisión del Sucesor de S. Esteban. Una de las almas que yo he nombrado, ruega tiempo ha por el Vaticano, sin saber lo que significaba este nombre. Creía que era alguna Nación por convertirse. Hace 8 días que la saqué de esta duda, quedando admirada de inferir los violentos vaivenes que pierden la barca de San Pedro.

Puede Vd. leer la adjunta a nuestro D. Francisco Urías, en donde refiero algunas cosas de la Patria. No olvide remitirme unos cuantos diseños de altares, que ya aquí se ha empezado a discernir los verdaderos órdenes de arquitectura. Yo aprecio mucho esta facultad, porque tengo una tinturilla de matemáticas, y un poco de estudio sobre ellas; bien que como dijo Sto. Tomás de Aquino al mostrarle la hermosa Corte de París al entrar a ella: “más estimo las homilías del Crisóstomo”.

Deme Vd. noticia de Verón, Rufo, su discípulo Millas, Yturri, Camaño, y de nuestro Maestro Rospigliosi: cuyos ingenios prometían mucho, y tal vez, que sus trabajos les hayan dado lugar a hacer uso de las grandes librerías de esos Reinos cultos (que aquí no se merecen) como lo hacen los Lampillas, Juan Andrés y otros de quienes estamos leyendo parte de sus bellas producciones. También corre en Bs. Aires la obra de Tiraboschi, quien tal vez habrá escarmentado con los golpes de Lampillas. Ya se van introduciendo partes de las Escrituras en castellano: tenemos la paráfrasis excelente de las epístolas de S. Pablo, Salmos, y versión de los evangelios. Son obras muy incomparables en nuestro idioma, y hay sus razones para permitirlas en lengua vulgar: pero no me olvidaré de las que expone Lampillas en contrarios, por detrimento de la atinidad.

Insisto en el uso prudente de la propagación de algunas noticias de mis cartas. España se va poniendo muy celosa, y quizá se encuentren defectos y crimen donde mi intención no los halla. A lo menos mi nombre se debe sigilar para evitar algunos peligros, que quizá no deberían serlo.

Mi salud se ha reparado al fin de esta carta, que hace casi un mes ha que la empecé, y apenas podía proseguir más de 10 ó 12 renglones, por falta de aquélla. Dios me dé lo que me convenga. Mis más hermanos Vds., a Rospigliosi, D. Mariano Luaces, también a quienes deseo mil prosperidades, y que Dios les guarde más a Vds.

V. Hm.no de N. Sr. afmo. Hijo. Quien le desea y ama de corazón.
A. Funes.

Ficha técnica.

  • Fecha: 4 de diciembre de 1787.
  • Desde Córdoba
  • De Don Ambrosio Funes
  • al Padre Juárez.
  • Idioma: Español.

Cf . ASR 245-254 (en castellano); citada en Gr 42. Una versión: ASR 255-256 (en italiano). P. C. Córdoba, 4 de diciembre de 1787.

Publicado por Agustinasalerno

Publico cuentos que escribo para que los puedan leer.

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