Encandilado por la obra de Mama Antula, Ambrosio Funes la llama «Matrona de Dios» y «dueña de los pueblos y los corazones»; habla de sus virtudes heroicas, profecías, milagros y su alto destino. Cuenta que cuando ya estaba todo organizado para que la Beata viajara a Montevideo a dar los Retiros, el mismísimo Virrey Vértiz le pidió que se quedara en Buenos Aires.

Córdoba, 6 de julio de 1786.
Mi muy amados Maestros:
No hay título de política, de razón, de religión, y aun de nacionalidad que no concurra en competencia a formar su particular estimada, para que yo prodigue a Uds. mi gratitud, mi afecto. Desde que la rectitud del buen juicio le dirige, ya no reconoce intervalos ni admite decadencia. La distancia y el tiempo la intentan naturalmente, pero mi vehemencia parece por Uds. vencer y triunfar de esa distancia y de ese tiempo. La sinceridad vale por todas las expresiones: las obras acreditan a la sinceridad; dejémosla, pues, que marche a su curso natural.
Desde que suscité con Uds. la correspondencia epistolar, abrí un nuevo rumbo tan ajustado a sus órdenes y designios, y los míos, que por sí mismos nos ha colocado ya en la mitad de la posesión de nuestros deseos. Vuelto ya a Uds. a nuestra Madre Beata doña María Antonia de San José, y a la innumerable multitud de sus Apostolados, paso a expresar cuáles fueron éstos. Uds. pretenden saber con ansia la portentosa vida de esa hija legítima del espíritu del Grande Ignacio; mas, elevando nosotros nuestras ideas sobre las de Uds., así suspiramos a los mismos, fundamentalmente de la existencia y progresos legales de la Compañía del Grande Ignacio. Uno y otro asunto le tenemos indicado recíprocamente. Para soltar la pluma a todo su vuelo acerca de dicha ausencia, disfrutan Uds. una ventaja, que nosotros no tenemos, es decir, que pueden hablarnos de un Cuerpo que, si murió, ya ha resucitado; al paso que nosotros esperamos que el nuestro muera para que resucite, y que resucite para que podamos despertar de él con toda libertad, no sea que en esto nos separemos de las lecciones que nos dejó el mismo Jesucristo; no obstante cuidaré proponerme en muchas cosas a ella, y a Uds. por modelo, a fin de conciliar aquel impedimento, pues que a veces son más poderosas la admiración y el gozo que el sigilo y la humildad.
Es tanto el ruido de las acciones prodigiosas de esa Matrona de Dios, que es imposible hacer frente a las impresiones públicas de su reputación. Sus virtudes heroicas, sus profecías, sus milagros, los efectos admirables de sus Ejercicios manifiestan y decoran la importancia de su alto destino. Después de haber atravesado todas estas Provincias desde Jujuy hasta aquí, y de aquí a Buenos Aires, se conserva en esta Capital, donde su domicilio de más de 6 años creemos haya sido más útil que en todas las otras ciudades. Se presume prudencialmente que en sólo dicha cabeza de este Virreinato (centro de la disolución y de la vanidad), han tomado Ejercicios más de 40 mil almas, dejando en ella las huellas visibles de su misión. Los pueblos distantes la solicitan con ansia. Por condescender con los empeños de Montevideo, que ha más de tres años que la llama, dispuso en fin su viaje. Todo estaba pronto, gente, casa, barco, etc., pero al despedirse personalmente de Su Excelencia, se lo impidió con esta palabra: “conviene que Ud. siga dando los Ejercicios en esta ciudad”. He aquí el motivo que fomenta la asidua continuación de ellos con un concurso tan numeroso, como si empezara recién su misión, cuando ya inferían todos que el pueblo estuviese saciado, o cansado su fervor. Algunos que intentan averiguar el sentido genuino de la expresión de Su Excelencia, están persuadidos que ésta fue una halagüeña repulsa, que tuvo por objeto impedir el progreso de las apostólicas fatigas de Nuestra Beata; si bien que los que pensamos con menor severidad, creemos que Su Excelencia se reservaba un grande objeto: es decir la extinción total del Teatro de Comedias de Buenos Aires cuya diabólica misión ha talado el campo que Nuestra Beata había desmontado, sembrado y hecho florecer. Un Religioso Dominico, a quien le dicen Jesuita (que con efecto lo es en el talento y la virtud) me ha asegurado: “que los Ejercicios vencen a las comedias, que ya se van despoblando”. Y yo añado que éste será uno de los laureles que acabe de formar la corona que merece por las empresas indecibles obradas en nuestro Pueblo.
Hace muchos meses que las ocupaciones de mi Madre Beata me han privado de su correspondencia, en la cual suele comunicarme con más que ordinaria confianza sus designios, bien que yo no cedo a la negligencia, para adquirir las instrucciones necesarias y verificar consecuentemente a su vida prodigiosa, cuya colección formará algún día la historia de sus hechos. Pero ¿de qué hechos? De aquellos que en sí mismos llevan el carácter de los Santos. Pero ¿de qué Santos? De muchos o de todos, mas principalmente de los que florecieron en nuestra Compañía de Jesús. Connaturalizada su grande alma con el espíritu de su Instituto, parece llenar ella sola el vacío inmenso de los que perdimos. Es cierto que ella no promueve visiblemente la enseñanza pública, que no dirige Colegios, que no profesa ni comunica las ciencias, pero también es evidente que en lugar de esto fomenta la inocencia, que gobierna los espíritus y que reforma las costumbres, arraigando ante todas las cosas el temor santo de Dios, el uso de la oración, de la soledad, la fuga del peligro y la frecuencia de los sacramentos, que son no sólo los elementos sino la perfección de la ciencia suprema; por último, como a Misionera consumada, sólo echamos menos en ella las funciones peculiares y privadas del sacerdocio. A más de esto, ella en todo es Jesuita, afición a la instrucción de la juventud, modestia afable en el comercio civil, pasión por el catecismo, estilo, circunspección, modales, traje idéntico y, sobre todo, su pasión dominante por los Ejercicios conforme los dictó Ignacio desde la cueva de Manresa, son otros tantos testimonios que autorizan mi verdad. Y si no fuese por descender a otras menudencias de su económica misión, yo haría ver a Uds. en elogio suyo lo mismo que unos por intuición y otros por gracia han llegado a decir, a saber “que es imposible que no sea un Teatino expulso o algún Lego que se escapó de la expulsión”. Tan general es la analogía, mejor diré la identidad de toda su conducta con los que fueron y serán su modelo.
Creerá alguno que esa mujer era uno de aquellos genios elevados que saben no perder arbitrio humano para salir gloriosa, con todos sus vastos proyectos. Será, dirán, alguna persona poderosa, astuta, sagaz en su política, y quizá en hipocresía, mujer de labia y de intriga; pues de lo contrario ¿cómo es que se haga dueña de los pueblos y, mucho más, de los corazones, con un séquito y ruido que aturde, que pasma, hasta someter a su dictamen y dominio (si yo me pudiera explicar así) comerciantes ricos, mujeres engreídas y profanas, señores de honor, sabios sacerdotes, militares, virreyes?
He aquí el lenguaje de nuestros días, y principalmente decían filósofos iluminados que estiman más el renombre de políticos que de cristianos. Con todo, que se miren al espejo que voy a presentarles, y verán que Dios elige a los pequeñuelos para confusión de lo que el mundo llama noble, grande, prudente. Sí, ella es una miserable Patricia de Santiago del Estero, a quien como en otro tiempo se puede preguntar, como de Belén ¿si sería capaz de producir alguna cosa buena? Pobrísima, sin locución, y aun casi sin idioma, sin riquezas, sin talento, sin crédito, simple (como el Evangelio), despreciable, abatida, grosera en su traje, sin lozanía, algo anciana, sin hermosura, y sin atractivo alguno capaz de conciliar el aprecio natural. De todo se compone lo que parece nuestra Beata, pero de todo esto no se compone lo que ella es; conque bien se deduce la consecuencia de que el poderoso no es el que puede más y que el débil no es el menos fuerte.
En medio de una dicha tan conocida para ella (y para todos) como la que le presenta la conversión casi diaria de tantos pecadores unida al fomento de la inocencia, lo que más nos aflige (entre otras cosas) es el triste indecoroso estado a que ha reducido la malicia humana a su religión. Ve cuánta falta hace al Reino cristiano, y eso le atraviesa de parte a parte el corazón. Ni de día ni de noche baja las manos delante de la presencia del Señor, solicitando su restitución a su estado primitivo. Y a la verdad ya ha ocurrido que con una visión le fueron decretadas favorablemente sus súplicas, aún mucho antes que se supiese por estas partes cosa alguna de los asuntos de Uds. en la Rusia, en esa representación simple y misteriosa. Se halló, pues, repentinamente, el día de San Estanislao (Santo de todas sus empresas), en tiempo de la solemne fiesta que se hacía, en el centro de una multitud de luces diversas y separadas. Mas al fin fueron éstas apagándose una a una, quedando sucesivamente en tinieblas. La aflicción de su ánimo, que se aumentaba con ellos, le obligó a redoblar sus preces y su fervor, sus lágrimas y suspiros, hasta que volviendo los ojos al último ángulo de aquella gran pieza, o templo, reparó que todavía restaba una pequeña lucecita que no sólo no se podría extinguir sino que muchos ángeles concurrían a porfía en su circunferencia a encender cada uno su mecha correspondiente, sin poderlo conseguir en aquella ocasión. Encima de toda esta maravillosa escena, sólo quedó aquella única antorcha inextinguible, que dio a ella su principio y su fin. No sé que pueda haber representación. Se notifica más análoga a lo que vemos y a lo que esperamos. Ella me explicó el asunto del mismo modo que yo le entendí.
Sin duda que favorecida esta grande alma de semejantes sublimes ideas, empezó a asegurar que Uds. volverían a su antiguo estado con una aseveración tan tenaz, que jamás puede oír sino con disgusto, se le oponga el más mínimo obstáculo. Como he dicho, nada sabíamos de las cosas de la Rusia, y ya ella se paseaba por lo que ella naturalmente ignoraba, tomando al mismo tiempo otras nociones, fuerzas, dejarían de admirar a los espirituales más expertos. Para comunicar estas cosas con mejor aliento, era preciso enseñar, encargar al corazón a sentir, y a escribir: yo escribo y no puedo exprimir mi sentimiento. No es ella sola la que conoció la caída y restitución de la Compañía. En la vida de la célebre Margarita Escobar escrita por el P. Puente encontramos la conexión de los mismos vaticinios, y en otras muchas partes en que un discernimiento piadoso sabrá hacer a su tiempo su pausa y reflexión. Ya ha llegado el actual, en que están verificados algunos de ellos, por más que el infierno y la pasión destrocen, rechinando, sus entrañas. Voy a dar una prueba de eso.
Hace 5 ó 6 años que la Gaceta de España (sí de España) nos viene refiriendo con la sinceridad que acostumbra, que a veces se descuida, que en efecto existía la Compañía en la Rusia. El público, y en especial el infinito número de Apasionados que todavía ella conservaba, y conservará siempre, soltó un grito de alegría que no callará jamás. A pocos correos posteriores, arrepentida de la sencilla ingenuidad con que nos persuadió en verlos, se empeñó a disuadirnos de ella. Eso le fue ya imposible, y mucho más porque ya teníamos confirmada esta noticia por otros conductos menos públicos, pero más periódicos. No contenta con haber caído de bruces en una contradicción tan alevosa, como política, aún insiste en el año presente en impedir nuestra primer creencia. Gacetista (digo yo) preocupado, si ya el mundo quedó impuesto de su grosera malicia, de su ligereza o de su inconsecuencia ¿a qué fin este nuevo tesón en llevar sus mentiras hasta el exceso? En sí todo es mentira, menos la misma mentira. En muchas ciudades los ha puesto la Emperatriz Catalina. Vaya, no se aflijan, que en adelante serán mayores. El provecho que no recibió Herodes hizo un bello fruto en los Magos del Oriente. Esperamos haga uno sucesivo para hacerle el mismo recibimiento.
De otro modo nos portamos con el Historiador Eclesiástico Verdi, que en su primer tomo a la fuente refiere sobre la Gaceta de Portugal, que en el año pasado de ‘84 puso que en pleno Consejo, que duró muchas horas, fueron declarados inocentes todos los cómplices de Malaguida, a satisfacción de toda justicia. ¿Han visto Uds. Gacetistas de humor más diferente? A uno le daña lo que a otro le nutre. Don Miguel de Sáenz, que acaba de venir de Mendoza de recuperar su salud en unos baños famosos nuevamente descubiertos, me afirma que un Portugués poco aficionado a Uds. le informó que mandaba la Corte de Portugal se restituyesen las posesiones de la antigua Compañía a su primer ser, con presuposiciones muy favorables. Qué susto éste para el Gacetista de España. En la Curlandia había de volver del susto. Y si de paso conducía el cuerpo de Carballo tal vez resucitara oyendo la voz del P. Gabriel Lenckieviec.
Si acaso Uds. logran correspondencias con aquellos Padres del Norte, mándenos sus respuestas, y si pueden ver un tanto de las bulas de nuestra confirmación con los nombres impresos, que Don Gaspar me prometió de dichos Padres. Deseo leer un rasgo de la vida, virtudes y ciencia del Sabio Zacarías y de algunos grandes hombres de los nuestros. Yo no ceso de leer todos los libros que encuentro a favor de Uds. Tengo parte del Instituto, obra maestra de una prudencia más que humana: cuya apología francesa (de un autor que quisiera conocerlo) ha eclipsado la elocuencia y el gusto de los Griegos antiguos y modernos. No encuentro requisito en esta obra que no haya tocado el ápice de la perfección: todo en ella deleita, persuade y convence. Cohermano tiene 3 hijos. Dios le ha concedido con qué mantenerlos: está mejor que yo.
Espero que Uds. hayan distribuido el socorro que les tengo dirigido por mano de Don Pablo Borelli precisamente en Cádiz, que no dudo, según el precio de nuestra amistad, que cumplirá mis órdenes exactamente; salvo algún accidente impensado. Uds. rueguen a Dios me conceda facultades… Sobre todo lo que más les pido es que no cesen de rogar a Dios por la salvación de mi alma, que es lo que más estimo, así como yo no dejo de pedir por Uds.
Beso las manos de Uds. Su afmo. de corazón que bien les desea
Ambrosio Funes.
Ficha técnica.
- Fecha: 6 de julio de 1786
- Desde Córdoba
- De Don Ambrosio Funes
- al Padre Juárez
- Idioma: Español
Cf. ASR 167-174 (en castellano), citada en Gr 30. Cf. también otras versiones: ASR 175-186 (en italiano); Blanco LXI: P 228-237 (en francés): C. P., 313-323.