Carta 16 – Borrador de Don Ambrosio Funes al P. Juárez (Córdoba, 6 de agosto de 1784).

Ambrosio Funes (desde Córdoba) le escribe al Padre Juárez (que está en Roma) pidiéndole información sobre la obra de Mama Antula, a quien describe como «una de las grandes almas en la que Dios ha obrado cosas grandes».

Mama Antula ante el Virrey Vértiz. Comenta esta carta que ante la falta de respuesta del Virrey, La Beata se retiró intempestivamente de la reunión. Finalmente, mama Antula convenció al Virrey de que le diera su apoyo para hacer los Ejercicios Espirituales, y hasta el mismo Virrey terminó haciéndolos.

Muy amado en el Señor:

No me detendré en formar la vindicación de mi crimen, contraído en el silencio de tantos años que he observado con V. Mi arrepentimiento ingenuo, sobre este punto, es una convicción que excede al mejor raciocinio con que se pudiera captar mi humillación. Pero ya que Dios abre mis labios, o da el primer impulso a mi pluma, elijo un asunto sobre que ha de ejercitarse este rato, capaz de resarcir con plausibles ventajas el insinuado delito de mi silencio; no de mi olvido. Haría traición al espíritu nutritivo, que rigió los primeros años de mi inocencia y que la instruyo entonces en las direcciones de mi corazón para todos los tiempos, si en este momento feliz no levantara el entredicho lamentable de nuestra correspondencia. ¿Recordaré su origen? ¡Ah! Un hielo, un golpe repentino de tristeza casi han apagado la actividad de los sentimientos que iban excitando el placer festivo, con que me preparaba a las futuras expresiones. ¡Ay! Mi espíritu exhala de nuevo otros suspiros… Dejemos a la naturaleza que me dé su idioma para que su impresión, en cuanto perciba, sea infaltable. Esperémosla que se desahogue… Ya la veo libre de su entusiasmo: el regocijo sucede a la congoja, el movimiento a la inacción, la libertad de mi ánimo a la opresión. En esta alternativa dichosa es preciso disfrutar los instantes, para que llegue aquel en que puedo afirmar con absoluta veracidad, que hasta ahora no han prevalecido las puertas del infierno contra la extinción de la Compañía de Jesús. No de la mano de los reyes sino de la diestra del Omnipotente. Ella es una obra maestra de la Providencia.

Aseverar lo primero parece empeño inútil, porque Vuestra Merced, como más inmediato al imperio de la Rusia, sabe con evidencia cuanto concierne a la existencia de ella, así dentro de Petroburgo, como en los Estados de la Curlandia que están bajo de la protección de la Emperatriz. Por esto es que no hago mención de este suceso, sino en cuanto tiene una analogía vinculada el que voy a referir tocante a la existencia del espíritu jesuítico en aquellos que no le profesan por instituto, sino por una adhesión devota que casi compite o quisiera competir con los primeros.

Salga pues a la luz pública la Beata María Antonia de San José a dar testimonio de ella, a acreditar el imperio de los débiles, y a ostentar los prodigios de la Providencia divina, por uno de aquellos arbitrios, que desentraña del fondo de su bondad y de su sabiduría, para confusión de la razón humana que alimenta los prudentes del siglo; y para humillación de los poderosos y fuertes que se sostienen en los brazos de la carne. Desde el momento feliz que se dejó ver en medio de nuestros pueblos, una voz muda parece que clama en el yermo y secreto de nuestros corazones: “Ved ahí la hija querida de mi complacencia, ella os colmará de gozo y júbilo; la multitud y los pueblos se regocijarán en su misión, porque asistida de espíritu de Dios convertirá a muchos de los hijos de Israel al Señor su Dios, reduciendo a la verdadera prudencia a los incrédulos, para que entren en la verdadera de los justos”.

Ella ya es algo anciana y avanzada en edad, no obstante, ella misma es una de las grandes almas en quien Dios ha obrado cosas grandes a fin de sacar a su Religión jesuítica del oprobio en que se halla delante de los hombres. He Vuestra Merced aquí su máximo cuidado: ver restituidos a su honor y exaltación a aquellos que profesaron por esencia de su instituto la promoción y dilatación de la mayor honra y gloria de Dios.

Aún quiero decir más: que es el Javier del Occidente, y el Apóstol de nuestra India; con el mismo fundamento que la he aplicado las expresiones del Oráculo divino cuya adhesión ningún recelo me inspira, porque su extraordinaria virtud, sus milagros, su Misión y su conducta todo lo merece, todo lo indica, todo lo exige, “ex operibus ejes”, etc. Yo bien sé que no escribió en vano San Jerónimo, “Ne laudes hominem quemquam ante mortem”; pero, por otra parte, reparo que el mismo Dios le dice a Tobías por el ángel, que “es bueno guardar el secreto del Rey (del Altísimo)”; pero también expresa que “es honroso y decoroso revelar las maravillas del Señor”.

Estamos en nuestro caso, y así yo pienso, si reflexiono, si descubro, si escribo, si se me escucha, si se me cree, omnia ad majorem Dei gloriam. Protesto no hablar sino lo verosímil y lo cierto. Jamás conoceríamos el poder supremo de la palabra, si no lo testificase la obra. Ni tampoco sabríamos discernir el carácter de esta última, si no la experimentásemos en el objeto decisivo que elige y que abraza para constituirla el pábulo de sus operaciones. El que ha tomado Nuestro Señor por una vocación extraordinaria ha sido y es la conversión de las almas. Con razón decía mi Doctora Santa Teresa, que más envidia me hace este dulce ejercicio, destino, que cuantas penitencias se hacen y se han hecho por todos los Santos.

Estando de este modo justificado el objeto más inherente de la verdadera caridad que hace toda la profesión de nuestra Beata, es muy de mi propósito indicar los medios de que se vale para dar el lleno a todos los resortes de su Misión. Éstos no son otros, que manejar con una destreza toda divina aquella parte más esencial del Instituto de Ignacio, reduciendo a una práctica incesante sus Ejercicios. Es tal el éxito con que los obra, que parece no haber sido Ignacio el único que los recibió de mano de María Santísima, sino que igualmente los tomó en su consorcio nuestra Beata.

Es tanta la multitud de ideas, bajo de las que se me presenta este objeto, y tal la sorpresa que sufre mi corazón, que la lengua y la pluma balbucientes y escasas de expresiones, sin orden ni dirección ignoran el rumbo que deben emprender para inspirar siquiera un leve conocimiento de lo que intentan persuadir. ¿Cómo he de evitar el pasmo al ver una mujer ignorada, pobre, sin poder, sin crédito, sin autoridad, sin talento en la apariencia, y aun casi sin razón, ser el respeto, el atractivo, la veneración y aprecio casi de cuantos la oyen y la ven?

Si sólo parásemos la vista en su exterior, creo que solos los Apóstoles serían más rústicos, despreciables y groseros que ella; pero, ¡oh, gran Dios! si atendemos a la unción indefinible que difunde en todas sus acciones bajo de este mismo aspecto así rústico, así grosero, hallaremos que ahí está el dedo de Dios; y que su vocación es muy semejante en la sustancia a esos mismos hijos primogénitos del amor de Jesucristo. Todos los pueblos de la Provincia antigua y nueva del Tucumán fueron los primeros climas que estrenaron su Misión; y consiguientemente los primeros testigos de ella.

Con todo, donde nuestra Beata se ha dado a conocer más ha sido en Buenos Aires, en cuyo lugar lleva cinco años, a la faz de toda esa Metrópoli de nuestro Virreinato, y donde la pompa y la vanidad y el poder y la bizarría de los fuertes pretendieron oponerse a su solicitud.

Es cierto que más de dos años contuvieron el impulso de su destino; mas al fin los más se rindieron a su constancia; sin prescindir del Sr. Vértiz, que con su indiferencia o con el influjo ajeno de que fue muy devoto, no dejó de impedir lo bastante a las ejecuciones de nuestra Beata. Él tuvo que tolerar cierta acción indecorosa pero justa de nuestra Beata, que tal vez no se atrevería a practicarla en la presencia de otro Virrey como él; pues, negándole la licencia para los Ejercicios, imbuido de ser cosa jesuítica; oyendo esta desproporción de juicio, le contestó lo que venía al caso; le dio las espaldas y se mudó con sencillez. En esta ocasión cedió el imperio manifiesto, al esfuerzo oculto de una sierva humilde del Señor. Muy disgustada y resentida quedó de la indolencia o poca comprensión que mostraba dicho caballero a los Ejercicios de su vocación. No obstante, ya Dios la recompensó en esta parte con ventajas poco después, al arribo y tránsito de los Excelentísimos N. N. Estos caballeros tributaron tanto aprecio de N. (María Antonia), que no acertaban a dejar su compañía. Mil circunstancias preciosas concurrieron a esta dilección y amistad: el vivir calle de por medio; ser la Madama dócil, generosa y devota; haber sellado su amistad con la recepción de los Ejercicios y hallarse tan atribulados de los vejámenes que le habían irrogado en su empleo (todo erizado de contradicciones), que sólo un deleite de virtud y una compañía como la de nuestra Beata fueron capaces de distraerlos, y excusarles los tristes efectos que vaticinaban estos infortunios (ya se ve bien qué ente es el honor, y lo que obra en el corazón de estos personajes). Hasta hoy dura su correspondencia epistolar, y la ha continuado de cuantas partes han pedido, siempre han acreditado su gratitud.

Yo creo que a las oraciones de nuestra Beata se debe la felicidad con que a pesar de mil obstáculos ha triunfado la justicia de sus causas llenas de movimientos contrarias al (?). Así se lo pronosticó su esperanza, cuando, al despedirse postrados en tierra ambos Virreyes, no dudaron asegurar su futura prosperidad con genuflexiones de profundo respeto, que al paso que parece ponían en torturas su humillación lo exigía secretamente en su corazón la virtud de quien las resistía a todo extremo. De este modo (vuelvo a decir) que si un Virrey la negó su estimación, dos Virreyes la honraron cuanto lo permitía su carácter. Con todo, otro personaje de mayor rango se dedicó con atenciones más exactas a distinguirla con tal afecto y aprecio que dejó muy atrás los límites de su amistad y caridad. Fue éste el actual Arzobispo de Santiago de Galicia, siendo Obispo de Buenos Aires.

No hay tiempo para referir los oficios que hizo por ella. 1º: el fomento los Ejercicios, los tomó a su propia partida con edificación extraordinaria, los cargó de indulgencias; 2º: pagó el crecido alquiler de la casa donde los tomaban; 3º: le franqueó todas sus rentas; dispuso que ningún clérigo pasase a ordenarse sin que primero certificase la Beata la conducta con que se hubiesen portado en sus Ejercicios; no faltaban sino asociarla a las funciones del Santuario; los visitaba a éstos y a los seglares mientras permanecían en ellos; la concedió Capilla, y hasta el Sacramento el último y primer día que se daban; con otras mil preeminencias que ya se significarán en otra más bella ocasión, como lo indicaré luego; la quiso llevar a España y está pronto a recibirla allá.

Pasmado su Ilustrísima con los maravillosos efectos de esta grande alma, y de los que provenían de su Misión, no tenía libertad para otra cosa que para discurrir nuevas invenciones de su piedad y de política con que obsequiarla. Ya la asociaba al consejo, ya la llamaba para consuelo.

  • Fecha: 6 de agosto de 1784
  • Desde Córdoba
  • De Don Ambrosio Funes
  • al Padre Juárez
  • Idioma: Español

Cf. Blanco XXXVIII: APA (original, en castellano); Gr 12-20; B 184-187. A Roma, de Córdoba. A 6 de agosto de 1784. P. C.

Publicado por Agustinasalerno

Publico cuentos que escribo para que los puedan leer.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: