Los Ejercicios Espirituales que organiza La Beata son cada vez más multitudinarios. En esta carta describe cómo aumenta la concurrencia en una casa donde organiza los retiros, frente a la Iglesia de San Miguel (de la ciudad de Buenos Aires), donde no cesa de ocurrir el milagro de la multiplicación de los panes para darles de comer a todos.

Buenos Aires, 9 de octubre de 1780.
La gracia del Espíritu Santo sea con Vuestra Merced, mi Don Gaspar.
Esta carta es continuación de la que le acompaña.
La una dará a Vuestra Merced instrucción completa de los motivos y sucesos de mi esperanza, dirigida a suministrar en esta ciudad los Ejercicios de Nuestro Padre San Ignacio; la otra le impondrá de su consecución.
Aquélla es testimonio de mis aflicciones, por la supresión del aumento de la gloria y honra del Señor, que precisamente resultarían de ellos mismos. Ésta es un diseño e incentivo del gozo que me causa la actual práctica de contribuirlos. En suma, la primera suscitó (si me es permitido hablar así) los efectos de la terrible justicia del Señor; la segunda la produjeron los que dimanan de la inmensa, suave y amabilísima misericordia del Altísimo, de quien profirió el Profeta: “Señor, toda la tierra está inundada de tus misericordias”.
En efecto, han tomado las cosas de un instante a otro tal semblante, que cuando no se pensaba comúnmente sino en la repulsa de esta obra del cielo, se dispuso de un modo improviso su admisión, la cual ha provenido de las amplias facultades y permisos que me ha franqueado el Excmo. de esta Diócesis, siendo él mismo que antes más la resistía por fines que sin duda graduó por convenientes.
Luego que le obtuve, solicité casa distinta de la que se debía destinar, por hallarse ésta ocupada con ciertos huérfanos, como abajo expondré. Pero como son de Dios todas las que poseen los hombres, un pobrecito de éstos me ha cedido la suya para todo el tiempo que quiera, cuyas protestas (sin embargo de la tibieza con que parece la ofreció a los principios), las reitera inducido de gozo al fin de cada uno de dichos Ejercicios; y aunque es bastante estrecha nos facilita hasta hoy la extensión suficiente a adecuar los actuales designios del Señor. Su capacidad admite poco más de 100 personas con mucha incomodidad; como en los primeros y segundos Ejercicios concurrió poca gente, se dieron con regular desahogo. En los terceros empezamos a sentir su estrechez, porque llenaron toda la casa. Y últimamente en los cuartos, que estamos siguiendo, nos han oprimido con exceso y tanto que es preciso privarles la introducción de catres y cujas, para que así se den lugar unas a otras, tiradas en el suelo sobre esteras, chuces y colchones. Si el número de ellas se va recrudeciendo sucesivamente (como lo voy experimentando y promete el país), es necesario que Su Divina Majestad y mi Señora de los Dolores me oigan, a fin de que me provean de habitación correspondiente a la multitud de almas que anhelan nutrirse con el maná que adquieren mediante las sabias cristianas reglas que nos prescribió Ignacio; tan abundante en el espíritu que agita a las mujeres de este país. La referida casa que hoy sirve, está colocada calle de por medio frente a frente de la iglesia de San Miguel, adonde pasamos todos los días, mañana y tarde, a oír la Misa y pláticas del presentado Fr. Diego Toro, que las dispone y vierte con celestial emoción propia de su bello espíritu.
El alimento, aunque no hay fincas visibles, lo da Dios muy sobrante, excesivo y sazonado, con que logro complacer a todas las que los participan, quienes a más de esta dicha que logro no recusan mezclarse (hablo de las señoras principales ) con las pobrecitas domésticas, negras y pardas que admito con ellas. Ya se hace indispensable valerme de estos humildes arbitrios, para no malograr ni perder el fruto que ofrece el mismo Jesucristo, que jamás fue aceptador de personas.
Bien parece que carecían estas gentes de que mi misión fuese autorizada con algunas distinciones de hombres, y hasta en esto Dios les ha dado el gusto a unas, y a otras mucho en qué entender. A este intento han observado que los Excmos., que actualmente se hallan aquí, a saber: el de la misma ciudad y el Carmelita español de nuestra provincia (que llegó en el convoy poco más ha de un mes, mientras daba mis primeros Ejercicios), han asistido repetidas veces a las pláticas, que las han aplaudido con tanta complacencia, como lo restante de las distribuciones interiores que seguimos. El primero concurría casi solo, pero el segundo ha venido varias veces con lo más de su familia. Concluida su asistencia, sin duda en demostración del aprecio de tal obra, nos concedió indulgencias a todas las personas que participasen de ella, ejercitantes y no ejercitantes.
Ya he expresado cuántos favores me tributa el Excmo. de aquí; se me ha ofrecido a cuanto yo disponga de sus facultades y persona en lo posible. El nuestro es un sujeto de muchísimas circunstancias: es santo y es sabio con cuantas prendas pueden apetecerse capaces de equivocarle con los Padres primitivos. Los designios que lleva para efectuados en nuestra provincia, son los más adecuados a un verdadero pastor y, si no fuera por demorarme, yo le hiciera aquí un elogio de ellos. Baste por ahora decirle que me ha propuesto regrese a su diócesis, a fin de que juntos corramos su provincia, yo sin variar de profesión y él en calidad de confesor, pastor y misionero. ¿Puede darse mayor felicidad? Tales son los estímulos que a Vuestras Mercedes les presento, por los cuales vendrán en conocimiento del amor que mutuamente nos une en Jesucristo, a quien es debida toda preferencia, no a mí. “No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a Vuestro Nombre se debe tributar todo honor y toda gloria”. Si alguna cosa tenemos, es confusión.
A más de esto, después de haberse informado de mis asuntos y de habernos tratado (bien que no como deseábamos), me ha intimado el precepto, como superior tan legítimo, de que le escriba cuanto ocurra, y de que vuelva según el espíritu de sus órdenes futuras. Él sale mañana para Córdoba. Yo estoy muy contenta con este hombre raro, y confío en mi Dios, que me lo ha traído para cosas grandes. Así se lo expresó, según me cuentan, un alma justa, al tiempo de morir en España; y sus obras bien lo indican.
Prestándole la obediencia que debo no podré tan fácilmente transmigrarme a esos reinos. Si bien que yo en todo he de seguir la interior voz de mi Señor y Dios; también las inspiraciones de nuestra Señora de los Dolores. En adelante le referiré a Vuestra Merced las cosas conforme ocurran y me parezca. Entretanto ruegue a Dios con mis hermanos, se haga en mí cuanto fuere mayor honra, gloria y beneplácito del Altísimo.
La Casa de Ejercicios, ya he dicho, que se halla ocupada por ciertos huérfanos. Llegará ocasión que vuelva a su primitivo destino, si viene. Dios lo hará todo. “Su diestra es omnipotente” y en tanto participamos de su fuerza en cuanto confiamos menos en los auxilios humanos. Cualquiera que sólo ponga la mira en tales socorros caducos suministrados por manos de hombres perderá todas sus empresas, confundirá su fe, se perderá eternamente, y así será “maldito el hombre que confiare absolutamente en otro hombre”.
Esta luz es bastante para afianzar en nuestras almas toda esperanza aun sobre aquellas cosas más destituidas de restauración. La esperanza que Dios aprecia es la que merece corona; quiero decir, la sólida, la firme, la perseverante.
Y así, ánimo, queridos, ánimo y fortaleza. La omnipotencia del brazo del Altísimo no descaece ni cede a nadie; y si algún vigor debe sostener nuestros corazones, su diestra le da, le señala y le conserva. El miserable poder y disposiciones de los hombres alucinan nuestros sentidos; pero el torrente de su fuerza destruye a aquéllas y protege hasta el fin a los inocentes, humildes, abatidos.
Poco ha nos han llenado de gozo las noticias del paisano Canónigo Juárez, quien habiendo verificado su introducción al Chaco en compañía del Coronel Comandante Don Francisco Gavino de Arias, vecino de Salta, ha convertido o reducido a la paz sola, o también a la religión, a tres numerosas naciones y prosiguen con la solicitud de alianza con otra más o con otras varias.
Ignoramos la prolija individualidad de su expedición. Procuren Vuestras Mercedes encomendar a Dios todas estas cosas, que yo no me olvido de las suyas.
FICHA TÉCNICA:
- 1780
- Desde Buenos Aires
- de Mama Antula
- al Padre Juárez
- Idioma: Español
Blanco VII: ACSBA (original, en castellano); ASR 19-21 (en castellano); G 24; B 30-32. Otras versiones: Blanco VIII: G 18; ASR 11-16 (Lettera continuazione) y ASR 69-72 (Lettera 3a al medesimo soggetto). Cf. también Blanco X: ACSBA (original); G 24 / Blanco XXIV: P 201-203 (en francés): C. P., 290-292. Pax Christi